Primer capítulo

  1. Vacío y gris

En ocasiones, al atardecer, si miras al horizonte verás que el Sol ha cambiado de color, del amarillo anaranjado ha pasado al rojo brillante, transformándolo todo a su alrededor, gracias a que los rayos se reflejan en un ángulo distinto sobre las capas de la atmósfera. Unas pocas personas son como el Sol, y tienen el poder de alterarlo todo con su luz; otras, se asemejan a la atmósfera, siendo un instrumento capaz de canalizar el cambio; la mayoría, solo son cielo, y se ven afectadas por las variaciones sin poder hacer nada al respecto, sometidas a los elementos que actúan sobre ellas.

Pero yo… yo soy el horizonte.

T sintió esa presión tan familiar en la cabeza que le obligaba a cerrar los ojos durante unos segundos, y al abrirlos de nuevo, buscó sobre su cuerpo la sangre que acababa de derramar, pero no había nada; en su lugar, unas mangas grises le cubrían los brazos, rematadas por un reloj plateado que marcaba las once de la mañana. Miró alrededor, estaba rodeado por grandes edificios de cemento y cristal que se repetían una y otra vez con pequeñas variaciones, mientras a su lado correteaban, de un lado para otro, cientos de personas cubiertas con trajes que apenas alternaban entre el gris azulado y el azul grisáceo.

—Vaya chapuza —susurró, mientras alzaba la cabeza buscando una melena negra—. Vamos Carla, dónde estás.       

La vio a punto de cruzar la calle. Llevaba el pelo recogido con un coletero casi imperceptible, parecía como si el cabello hubiera decidido juntarse por su cuenta; en la mano derecha transportaba un maletín a juego con el traje, mientras que la izquierda jugueteaba con la nada, nerviosa. T se acercó a ella, esquivó a unas cuantas personas para ponerse justo delante, y la interceptó con educación.

—Disculpe señorita…

—¿Quién es usted? Lo siento, llego tarde al trabajo —Carla se hizo a un lado y siguió caminando, mirando de reojo con curiosidad.

—Señorita —T tiró de una cadena plateada que llevaba al cuello, y sacó un colgante—, se le ha caído esto del maletín.

Cuando Carla se giró, vio el colgante y algo cambió en sus ojos. Algunos animales, principalmente reptiles, cuentan con lo que se conoce como membrana nictitante; esto es algo así como un tercer parpado, una telilla transparente que les sirve para proteger sus ojos y humedecerlos. Carla no tenía nada similar, pero pareciera que una tenue niebla hubiera desaparecido de su mirada, dejando al descubierto su brillo natural. La expresión de su rostro cambió por completo a la luz de ese brillo.

—¡Qué haces, imbécil! —Carla miró a su alrededor, asustada— Guarda el despertador.

—No nos ve nadie, aquí todo el mundo parece muy interesado en sus zapatos —T introdujo el colgante de nuevo bajo la camisa—. Ibas a no sé dónde, y no tenemos tiempo que perder. Toda esta gente estaba intentando matarnos hace un par de minutos, será mejor que nos vayamos de aquí rápido.

—¿Qué han hecho ahora? —Carla se miró las manos, decepcionada— ¿Y mi espada? ¡Acababa de aprender a utilizarla!

—Vamos.

T comenzó a caminar en silencio, y Carla lo siguió de mala gana, observando con desencanto el mundo que les rodeaba. Desplazarse en medio de otras ilusiones solía ser un poco más emocionante. T era un hombre muy fornido para su edad, el gesto tosco y la tensión de su cuerpo hacían que la gente lo mirase con detenimiento, tratando de discernir si lo que se marcaba en su piel eran venas o arrugas; por el contrario, Carla, parecía grácil y alegre… hasta que alguien se fijaba en ella, entonces endurecía el rostro y retaba a cualquiera con la mirada, sonriendo solo cuando apartaban la vista. Y si, por desgracia, esto ocasionaba algún conflicto… lo recibía con alegría.

Pero no daba la impresión de que nada de eso fuera a suceder aquí, en este lugar nadie les prestaba atención, todos caminaban con sus trajes grises y la mirada perdida en la nada, saliendo de un edificio y entrando en otro, mirando su reloj y suspirando. Parecía que se trataba de un simple mundo de transición, una de tantas ilusiones en las que no ocurría nada, hasta que Carla se paró en seco, con los ojos entrecerrados, como si tratara de distinguir algo.

—Ese —Carla señaló a un hombre que podría confundirse con cualquier otro, de no ser porque llevaba el labio superior adornado con un ridículo bigote que más bien parecía una fila de hormigas escuálidas—. ¿Lo recuerdas? Es el de las gallinas.

—Era otro tiempo, otro mundo, ese hombre ahora no sabe que…

—Es el de las gallinas.

Carla comenzó a andar en dirección hacia el tipo mientras T la observaba con una mueca a medio camino entre el enfado y la sonrisa. Llegó a su altura y paró frente a aquel hombre, quien se limitó a quedarse quieto, sin entender nada; pasaron un par de segundos así, y cuando el hombre se hizo a un lado para continuar con su camino, Carla lanzó un rodillazo directo a su costado izquierdo, justo en el riñón, haciéndolo caer al suelo y retorcerse de dolor. La joven volvió junto a T, satisfecha, parecía que se hubiera quitado una gran presión de encima.

—Enhorabuena, ya has estrenado esta ilusión —el tono de T trataba de ser sarcástico, aunque no se le daba muy bien—. ¿Cuánto crees que tardaran en venir a por nosotros?

—Soy yo la que va a por ellos —Carla sonreía, aunque reculó un poco al recordar lo que T pensaba sobre la soberbia—. Ya… ya… aún no estoy preparada y todo eso. Era por las gallinas.

—Puede que aquí ni siquiera sepan qué es una gallina, Carla.

—Pero yo sí que lo sé.

T se quedó en silencio, mirando a Carla con algo parecido al orgullo, sin darse cuenta de que un contacto visual tan prolongado comenzaba a hacerse incómodo para ella, que se movía inquieta esperando a que dijera algo; pero T no dijo nada, solo cambió su expresión y dirigió la vista sobre los hombros de Carla, viendo por encima de ella.

—¿Has visto un fantasma? —Carla rompió ese silencio, aliviada, y empezó a buscar con sus ojos aquello que llamaba la atención de T— ¿Qué miras ahora? Qué rarito eres.

—Aquella mujer de allí —T señaló con un gesto de la cabeza—. No lleva chaqueta, solo una camisa de manga corta.

—¿No estás un poco mayor para andar acechando jovencitas?

T miró a Carla con severidad durante un instante, y a esta se le quitaron las ganas de seguir bromeando.

—Perdona, es este sitio… ¿Qué pasa con esa mujer?

—Ya te lo he dicho —T no perdía de vista a la chica—. No lleva chaqueta. Todos los demás vamos vestidos prácticamente igual, ni siquiera tú y yo nos hemos quitado la chaqueta.

—Tendrá calor.

—Exacto. Tal vez sea un catalizador.

—¿Tan pronto? Si acabamos de llegar… casi no he tenido tiempo de manchar esta ropa tan fea.

—Vamos.

Carla y T comenzaron a seguir a la chica de cerca; normalmente tendrían que haber sido más cuidadosos, pero aquí nadie se fijaba en nadie, las ilusiones aburridas tenían sus ventajas. Caminaron tras ella durante unos minutos, hasta que la chica entró en un edificio alto y lleno de ventanas, similar a un tren que apuntara hacia el cielo; atravesaron el vestíbulo casi a la par, y cuando ella se metió en el ascensor, sus perseguidores entraron justo detrás. Un hombre intentó pasar también, antes de que se cerrara la puerta, pero Carla se puso junto a la entrada, silbándole en la cara, y el hombre, sin saber muy bien qué hacer, dio la vuelta y se marchó.

—Les han hecho a todos medio lelos —Carla comenzó a hablar cuando se cerraron las puertas, y la mujer la miró, extrañada.

T, que se había situado al fondo del ascensor, justo detrás de la chica, en un movimiento extremadamente rápido sujetó su cabeza y la giró hacia la izquierda de forma violenta, hasta que escuchó el chasquido que anunciaba una muerte rápida y sin dolor. Inmediatamente después, Carla y T comenzaron a mirar hacia todas partes, buscando algún cambio en el mundo que les rodeaba.

—¿Nada? —Carla preguntó, decepcionada.

—Nada.

—Has matado a una tía porque tenía calor.

—Ya volverá, no se va a perder nada en esta ilusión.

¿Te ha gustado?

«Un minuto es tiempo suficiente para crear vida, y para destruirla; tiempo suficiente para amar y para odiar; lo único que no cabe en un minuto, son los años perdidos»

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *