Anecdotario. I - El "slammer" famoso.

Anecdotario. I – El «slammer» famoso.

Cada año se celebra en Valladolid (ciudad vecina, yo soy de Palencia) el festival de poesía y canción de autor “Mediodía de versos”. Ese festival lo organiza una asociación compuesta, si no recuerdo mal, por tres personas, y una de esas personas ha sido compañera de viajes y escenarios en una docena de ocasiones; es por eso que Ana (evitaré el resto de nombres, por que no son necesarios) y yo estábamos invitados a participar en el festival, del modo en que lo habíamos hecho el año anterior, realizando un taller infantil de poesía divertida en el jardín de La Casa Zorrilla. Por si alguien se lo pregunta, este tipo de oportunidades surgen cuando compartes valores y vínculos con gente que hace cosas, y cuando tú también haces cosas; si te dedicas a regodearte en tu talento a través de las redes, rara vez contarán contigo para hacer nada. Muévete. Pero… existe otra forma de conseguir este tipo de colaboraciones, la más habitual de todas, y es de la que voy a hablaros un poco más abajo.

El taller salió genial, vinieron unos 10 niños y durante un par de horas disfrutamos de escribir poesía junto a ellos en un lugar perfecto para la ocasión, os dejaría alguna foto pero, obviamente, no voy a publicar fotos de menores. Una vez finalizado el taller, Ana y yo nos dirigimos al restaurante en donde todos los participantes comíamos juntos, y aquí empieza la anécdota:

Aquel año el festival acogía el IX Campeonato Nacional de Poetry Slam España. Para los que no sepáis qué es esto, se trata de un evento en donde los poetas van saliendo a hacer su actuación, y parte del público decide, mediante votación, a los ganadores. En lo personal, soy más partidario de escenarios como el del Ágora de la poesía de León, en donde, como reza su propio lema: “La poesía no compite, se comparte”, y los poetas recitan, no actúan. Pero en la expresión artística debe haber lugar para todo.

Cuando Ana y yo llegamos al restaurante, estaba repleto de “slammers” a los que no conocíamos, y nosotros, como es normal, fuimos a sentarnos al sitio que nos habían guardado, junto a las dos organizadoras del evento que estaban allí de forma presencial. La escena es la siguiente: un montón de “slammers” (unos 30), algunos de ellos muy reconocidos a nivel nacional, comiendo repartidos por todas las mesas… y dos completos extraños (Ana y yo), con pintas bastante dudosas, dicho sea de paso, que llegan al restaurante y se sientan a comer directamente con la organización. Las miradas no fueron ni disimuladas, jamás he tenido un público tan interesado en mí. Pero todos contuvieron su curiosidad… bueno, casi todos. A los pocos minutos, uno de los “slammers” más famosos del país, se levanta de la mesa, coge su plato, se lo trae a la nuestra y se sienta en un huequito que quedaba a un lado.

—Hola —dice el slammer, apoyando su plato y sentándose.

—Hola —respondemos Ana y yo, con curiosidad.

—¿Vosotros también organizáis cosas? —directo al grano, sin rodeos.

—Eh… sí, alguna cosa hacemos —no recuerdo si respondió Ana o yo.

—¿Y de dónde sois?

—De Palencia.

—¿De Valencia? —al “slammer” se le iluminan los ojos.

—No —reímos—. De Palencia, con P.

—Ah.

Acto seguido, el “slammer” recoge su plato y se vuelve a su mesa. Ana y yo nos miramos y nos echamos a reír, porque ya estamos acostumbrados a estas actitudes.

Y esta, compañeros, es la otra forma de conseguir colaboraciones que os decía antes, la más habitual: ser un caradura, no tener ningún tipo de vergüenza, acercarte a la gente de la que puedas sacar beneficio e ignorar a aquellos que no puedan hacer nada por ti. Básicamente, ser un puto trepa. Y tened mucho cuidado con gente del mundillo que tenga ya cierta experiencia y os diga lo contrario, porque, seguramente, quieran algo de vosotros.

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«Un minuto es tiempo suficiente para crear vida, y para destruirla; tiempo suficiente para amar y para odiar; lo único que no cabe en un minuto, son los años perdidos»

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