Entrenamiento

Carla estuvo pensando en ello toda la noche… Había encontrado un error, una grieta por la que asestar el golpe definitivo, y al amanecer, estaba segura de poder conseguirlo. Permaneció tumbada un par de horas más, disfrutando del placer de relajar sus músculos en aquellas extrañas camas de fibras que se adherían a su piel con la suavidad y elasticidad del mismo aire, como tumbarse en el ojo de un huracán, o flotar sobre un agua tímida que no se atreviera del todo a tocarla. Echaría de menos aquella ilusión, cuando se agotara, como todas. Mientras enumeraba las ventajas de aquel lugar, escuchó ruidos en la habitación contigua, lo que le hizo tensar todo su cuerpo para levantarse de un salto y correr hacia la puerta, impaciente por mostrar lo que había aprendido.

Al abrirla, vio a T trasteando con algunos aparatos que a ella le eran del todo desconocidos.

—Vamos al patio, quiero enseñarte algo —dijo, decidida.

Carla estaba impaciente por poner en práctica sus ensoñaciones nocturnas, pero T la ignoró. La joven vio con nerviosismo como aquel hombre, con una tranquilidad que casi pareciera deliberada lentitud, cogía un vaso con cuidado y se sentaba en la mesa.

—¿Qué es eso? ¿Tus medicinas? —Carla había aprendido muchas cosas en los últimos tres meses, pero nada tan satisfactorio como saber que la mejor forma de llamar la atención de T era atacándolo mordazmente.

—Tenemos una casa para nosotros solos —T no iba a caer en la trampa, esta vez no. Se merecía un respiro—. Y hay café. ¿Sabes cuántos años hacía que no encontraba café? Pruébalo.

De mala gana, Carla se sentó a la mesa y alargó su mano para coger el vaso de T; este se levantó a por otra taza, negando con la cabeza, mientras Carla miraba el contenido con curiosidad. Acercó la nariz al vaso y sonrió.

—Huele bien —Miraba a T con los ojos brillantes, pero este seguía de espaldas, llenando una nueva taza.

—Bébelo poco a poco, está muy caliente —dijo, mirando a la cafetera.

Carla dio un sorbo y paladeó con intensidad, era una sensación extraña, no estaba segura de si le gustaba o no. Lo sentía amargo, pero intenso y reconfortante, y enseguida se le iluminó la cara con una ocurrencia.

—Ya sé porque te gusta tanto esta cosa —La joven miraba a T con una sonrisa a punto de asomar en los labios.

—A ver, sorpréndeme —T, que se acababa de sentar de nuevo a la mesa, la observaba con calma, esperando el golpe que sabía que se acercaba.

—Esto es como tus lecciones, no gusta, pero apetece —Carla amplió su sonrisa, y dio otro sorbo de café, esta vez un poco más largo.

T le devolvió la sonrisa y se dispuso, por fin, a dar un trago. Lo saboreó como si estuviera bebiendo un recuerdo, e incluso la dureza de su rostro, que no desaparecía del todo ni siquiera al sonreír, se desvaneció ahora por un instante. Carla vio esa leve calma reflejada en la cara de T, y decidió respetarlo en silencio, casi conmovida por los diferentes estados que podía ver reflejados en la mirada perdida del anciano. Pero cuando agotó la taza, recuperó su petición inicial.

—Vamos al patio, quiero entrenar… —Carla hizo una pausa dramática, pretendidamente sobreactuada— Sé como vencerte.

T la miró divertido, y sin decir ni una palabra, se levantó y se dirigió hacia la puerta. La joven lo siguió llena de energía, adelantándolo antes de que llegara a abrir, y saliendo ella primero a recibir el calor de un incipiente sol que se mezclaba con los vientos nocturnos más rezagados.

Una vez en el patio, T se puso en guardia, atrasando medio paso la pierna derecha, con lo que dejaba el cuerpo en una posición lateral que ofrecía menores superficies de impacto; el brazo izquierdo, más elevado que el derecho, se disponía a bloquear todos los golpes que se dirigieran a la cara, mientras el otro brazo cubría pecho, estómago y riñones. Carla interpretó esta postura como una invitación a golpear, y se lanzó rápidamente con una fuerte patada a la parte baja de la rodilla; sabía que no iba a llegar a impactar, pero quería hacer que su rival se moviera para romper la guardia.

—Muy lento —T esquivó con facilidad, pero no devolvió el golpe.

—Estoy calentando —Carla respondió mientras soltaba otra patada, obligando a T a retroceder de nuevo.

Comenzó un pequeño baile en el que Carla soltaba sus piernas y T respondía retrocediendo en círculos por el patio, evitando quedar atrapado contra alguna pared, y cuando Carla consideró que ya era suficiente, amagó con dar otra patada pero soltó su puño contra el pecho de T; este desvió el golpe con el brazo derecho, entonces Carla le agarró la mano derecha, y con su otro brazo soltó un puñetazo hacia el rostro que T desvió con la izquierda, lo que Carla aprovechó para agarrarle también esa mano. Quedaron el uno frente al otro, con Carla agarrando las dos manos de T, y entonces la joven, que había llegado a la situación que buscaba, puso en práctica aquello que había pensado toda la noche: saltó tanto como fue capaz, frente a T, llegando incluso a superar su altura, y mientras el hombre la miraba extrañado, le dio un cabezazo en la cara.

—¡Ay! —La exclamación procedía de Carla, que en cuanto tocó suelo, soltó las manos de T y se las llevó al rostro, dolorida.

T estaba sorprendido por el cabezazo que acaba de recibir, pero había recibido golpes mucho peores, y casi no sintió el impacto; se inclinó, preocupado por si Carla se había hecho daño.

—¿Estás bien? Esos golpes son muy peligrosos, si no los controlas bien puedes hacerte el mismo daño, o incluso más, del que ocasiones a tu oponente. No practicamos durante horas para esto.

Al escuchar a T, Carla se quitó las manos de la cara, y dejó entrever una sonrisa llena de picardía e inocente malicia:

—Te he dado.

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