La E - liada

La E – liada, un fanfic incierto pero prometedor

Pues nada, os dejo por aquí el fanfic que he escrito sobre la comunidad española de League of Legends y la creación del equipo de KOI. No esperéis «literatura de calidad» ni ninguna de esas mierdas con las que la gente se llena la boca, este relato es algo escrito entre proyectos, por pura diversión, por la necesidad de disfrutar escribiendo y olvidarme de tanto puto marketing y números y gilipolleces que enturbian todo lo bonito que tiene la escritura. Vamos allá (si os da cosa leerlo en un blog, también podéis buscarla, completamente gratis, en wattpad):

La e – liada

Un fanfiction incierto, pero prometedor

Por Jorge Ramos (@silencioesmiedo)

Capítulo I

Mi historia comienza un 23 de junio de 2016, cerca de la una de la madrugada, frente a las puertas de Ifema. Acababa de disfrutar de un gran evento de e – sports, y tras 4 horas de emoción salí entusiasmado, y un poco nervioso debo reconocer, a echar el cigarro que llevaba rondando mi cabeza durante toda la segunda mitad de las finales. Fue allí donde coincidí con Future, enfundado en una chaqueta llamativa de aquellas que solo puede vestir la gente muy segura de sí misma; me acerqué a él con mi mejor sonrisa, e intentando caer simpático, me dispuse a bromear para poder alardear con mis amigos de que había estado charlando con uno de los casters del evento.

—¿Eres Future, verdad? —dije alegremente, mientras me acercaba.

—Sí —respondió, con tono fatigado, aunque intentando ser amable—, ¿has disfrutado de las partidas?

—La verdad es que sí —La sonrisa no me cabía en la boca—. Pero llevo toda la tarde preguntándome una cosa; verás… teníais una mesa muy grande, ¿por qué te has puesto el mantel encima?

Con un guiño de complicidad acaricié su chaqueta, y fue la última vez que guiñé ese ojo. El golpe resonó en mi cabeza como si el mismísimo Zeus me hubiera maldecido, atronando sus poderosos rayos sobre mis sienes, al tiempo que sentía como mis pies dejaban de tocar el suelo para apoyarse sobre la inestable bruma de la inconsciencia.

Al despertar el mar acariciaba mis oídos con un susurro de advertencia; recuperé el sentido precisamente mientras un par de tipos extraños se aproximaban hacia mí con el inconfundible rostro del hambre. El temor me invadió por completo, de forma que tal vez por eso no reparé en sus extrañas ropas, ni en el cielo despejado y al mismo tiempo turbio. Los minutos que siguieron al encuentro fueron tan humillantes que me ahorraré los detalles, digamos que tardé poco en encontrarme amablemente desprendido de mis pocas pertenencias, que les resultaron muy exóticas; un par de dientes, por pura diversión; y recompensado con un penetrante perfume a orín cortesía de mis anfitriones. Después de un baño que no fue del todo placentero en el viscoso mar que me acompañaba, un vistazo al paisaje de mi alrededor, y una profunda reflexión acerca de las ropas y las gentes que, deambulaban por allí, llegué a una conclusión tan extraña como irrefutable: Future me había mandado a Aguas Estancadas de una hostia.

Como es evidente, mi primera reacción fue pensar que estaba alucinando, o inconsciente en alguna acogedora sala de hospital. Así que esperé, sentado sobre las maderas de un malecón carcomido cuyas astillas aún puedo sentir royendo mi trasero mientras escribo estas líneas. Me pellizqué los brazos repetidamente, me abofeteé desesperado… hasta que ocurrió algo que me convenció de lo real de mi situación. La gente sueña con cosas maravillosas, o aterradoras, y las alucinaciones son un terreno aún desconocido para los profesionales, más aún para un tipo como yo… pero los retortijones los conozco bien. Necesitaba urgentemente un lavabo, y pocas cosas son tan reales y definitorias de la naturaleza física humana, como la necesidad de ir al baño. Así que abandoné aquellas maderas húmedas, y fingiendo valor con tanta maestría como si estuviera escribiendo en Twitter, puse mi mejor cara y caminé entre aquellos individuos en busca de una taberna. No tardé demasiado en encontrar una, y nadie se interpuso en mi camino, tal vez por la imagen tan lamentable que proyectaba.

Entré casi corriendo a las letrinas y por primera vez, durante unos minutos, me sentí en casa. El hogar de un hombre se encuentra donde reposa su intestino. La sensación duró poco, debí parecer un imbécil buscando el papel higiénico… pero el agua purifica. Al salir de las letrinas observé mi situación con otros ojos; no podía llamar a un taxi e irme a otro sitio, así que pensé que lo mejor era adaptarse, e intentar no llamar la atención. Me apoyé de espaldas a la barra y repasé el lugar, mientras valoraba mis opciones, si es que tenía alguna. Y entonces lo vi. Dos mesas más allá del sitio en donde me encontraba, un tipo de cara afable pero apariencia ruda, con la piel tatuada y el pelo tímido, se levantó de su silla con la jarra vacía y gritó a pleno pulmón:

—Lo he dicho miles de veces: “El Barón Nashor pierde más partidas de las que gana”. Esta lucha eterna por el dominio de La Grieta no tiene sentido… me voy; perseguiré leyendas, cabalgaré sueños y miraré a los ojos a los dioses. Encontraré La Convergencia. ¿Quién se apunta?

Yo estaba solo, en un lugar desconocido. ¿Qué podía perder?

Capítulo II

Cuando partimos de Aguas estancadas éramos cinco, pero a uno de ellos le obligaron a irse a comer, y nos quedamos cuatro contra el mundo. Al iniciar la marcha me sentí lleno de emoción, como inmerso en una de esas aventuras de los libros que había visto en el cine, al estilo del señor de los anillos: un grupo de jóvenes entusiastas, un mundo por explorar… una misión. El aire olía a historias antiguas, a honor y heroísmo. Cinco horas de camino me devolvieron a la realidad, fue suficiente para descubrir que nuestra historia se parecería más a un monólogo que a un poema épico. Al menos me dio para un buen título (buscad “La iliada”, los de la ESO).

Encabezaba la marcha Barbe, con paso firme y decidido, aunque la expresión de su rostro era algo siniestra; el brillo en sus ojos aparecía de forma intermitente: unas veces se iluminaba aportando la seguridad de un líder, se volvía hacia nosotros y nos daba indicaciones de lo que venía por delante, hablaba de que conseguiríamos un barco para llegar al continente, atravesaríamos tierras yermas y también praderas de abundancia, conoceríamos a reyes y cortesanas, hasta alcanzar los extraños limites de El vacío, y una vez allí, un último esfuerzo para conquistar la convergencia; pero en otras ocasiones su alma le abandonaba, la mirada se perdía en la nada, y apenas alcanzaba a balbucear una y otra vez “esto será lo más grande desde Moscow5, lo será… lo será… el vidente nos guiará.” Después seguía susurrando en forma de verso, decía estar invocando los arcanos, y vuelta a la seguridad y el aplomo.

Tras él, un tipo grande y fuerte, estoicamente callado, con ese aura de misterio que rodea a los hombres solitarios. Caminaba junto a nosotros, pero su mente visitaba otros lugares, habitaba otros tiempos. Siempre me pregunté a qué se debía semejante estado de ánimo, y cuando lo descubrí, deseé no haberlo conocido jamás. Pero esa es otra historia.

Justo delante de mí caminaba el más joven del grupo. Se hacía llamar MainYasuo, y era todo lo contrario al anterior: no paraba de hablar ni para coger aire. Insistía en que no nos preocupáramos, que cuando llegara el momento de la batalla él se encargaría de todo, pues su dominio de la espada era legendario y el viento siempre soplaba a su favor. Habría sido alentador contar con él, de no ser porque a cada bache del camino tropezaba con la maleza, y desde el suelo, sollozando, nos culpaba por no haberle avisado.

Al fondo estaba yo, cerrando la marcha con un par de cantimploras y un botiquín que habíamos robado antes de emprender nuestro camino. Contemplaba desolado el terreno fangoso que atravesábamos, como una metáfora de mi propia vida, sin saber hacia dónde iba, pero de mierda hasta las rodillas.

Por fin llegó el momento de parar a reponer fuerzas. Entre todos conseguimos encender un fuego, no sin esfuerzo, y nos sentamos alrededor, más por intentar desprendernos de la humedad, que por calentarnos. Estábamos hambrientos, y apenas contábamos con algunas frutas que habíamos ido cogiendo por el camino, pero Barbe nos había asegurado que la comida esperaba al final del viaje, así que nadie sacó el tema; de hecho, nadie dijo nada, excepto Mainyasuo, que seguía contando batallitas. Fue en ese momento cuando el tipo fornido reparó en que algo se acercaba, señaló al horizonte con el dedo, y las cosas se pusieron feas por primera vez.

Inmediatamente pensé en Blancanieves y los siete enanitos. Pronto deseché esa idea, porque la figura más alta no era Blancanieves, sino un extraño cañón, y los enanos que caminaban en fila no eran simpáticos barbuditos cantarines… más bien acólitos de algún tipo de secta, con túnicas rojas y un rostro vacío en el que tan solo podían adivinarse los ojos. No me lo podía creer, era una puta oleada de minions. Todos nos levantamos rápidamente, Barbe sacó una vieja pistola, el tipo callado una espada desgastada, y Mainyasuo se puso a bailar. Yo me situé detrás de todos, sin saber muy bien qué hacer. No tenía armas, ni experiencia en combate… solo un botiquín y las frutas que habíamos ido recogiendo, así que cuando se acercaron los minions, empecé a arrojarles plátanos. Barbe estaba a mi lado, disparando con una puntería soberbia a aquellos monstruos, mientras el grandullón se colocaba al frente de todos y aguantaba la embestida casi sin inmutarse. Los derrotamos con facilidad, pero el susto hizo que la humedad me embargara de nuevo. Así de patética fue mi primera batalla, y desgraciadamente, no fue la peor.

Cuando conseguí relajarme, me uní al resto del grupo, que se ocupaba en saquear los cadáveres de aquellos seres con total normalidad, buscando Dios sabe qué. Entonces descubrí que por algún motivo esos bichos inmundos transportaban oro, y todos se llenaron los bolsillos menos yo; aquello pronto se convirtió en una costumbre. Pero en el fondo no me importaba, ¿para qué necesitaba yo el oro? Solo quería ser útil, cumplir mi misión, alcanzar la convergencia… y tal vez, desde allí, encontrar la manera de volver a casa, en donde escaseaban las aventuras, pero había pizza y un sofá.

Tras la batalla y su recompensa, proseguimos con nuestro viaje sin demasiadas incidencias. El paisaje repetitivo, sumado al cansancio, habían convertido el camino en poco más que un zumbido monótono acompañando nuestros pasos. Y de pronto, el barro cesó. Los árboles dejaron de ser lacios como un cabello grasiento, para transformarse en esbeltos troncos coronados por espléndidos ramajes, y hasta el cielo parecía más azul. Al fondo, la silueta de una casa destacaba contra el horizonte, y a todos nos invadió la calma, durante un par de segundos, o tal vez menos; lo que tardó en resonar un potente grito proveniente desde algún lugar entre la espesura:

—¡CUIDAAAAAAAAAAOOOOOOOO!

Capítulo III

—¡Que me pisas las cebollas, gilipollas!

Teníamos la vista tan absorbida por el paisaje desplegado frente a nosotros, que no nos dimos cuenta de que estábamos entrando en un huertecito que hacía las veces de frontera natural entre el humedal y la pradera. Comprendí que habíamos llegado a nuestro destino, a la comida que esperaba al final del camino, tal como dijo Barbe. Le busqué para mirarlo con complicidad, satisfecho de superar la primera etapa de nuestro viaje, y sorprendido vi como se escondía detrás del gigantón de nuestro grupo, con la mirada clavada en el suelo, y las manos temblorosas.

Desde el este se acercaba hacia nosotros un tipo grande y peludo, como un oso desgreñado, empuñando de forma amenazante una azada portentosa, que estaba más cerca de parecerse al poderoso martillo de Thor que a una herramienta campestre; al menos esa impresión me dio cuando pensé que estaba en peligro. Tardé poco en reconocer los rasgos de aquel hombre, su voz, su andar tan grácil como el de un perezoso sedado…

—¿Ibai? —pregunté, confuso y emocionado, cuando por fin llegó a nuestra altura.

—¿Otro? —Ibai torció el gesto, me miró de arriba a abajo, y añadió con cierto tono de desprecio— Mira chaval: nunca he estado en el estercolero en el que hayas nacido, no conozco a tu madre, y no tengo ni una triste moneda de oro. NO SOY TU PADRE. ¿Entendido? Lo máximo que sacarás de mí es un calabacín y una hostia.

Yo no supe qué decir, y bajé la mirada, esperando a que alguien recondujera la situación, pero nadie hablaba, e Ibai aprovechó el silencio para echar un vistazo al resto del grupo. Se movió a nuestro alrededor, analizándonos, hasta que llegó al grandullón y reparó en que algo extraño ocurría ahí. De aquel cuerpo inmenso salían tres brazos, dos enormes y musculados, y uno pequeñajo, lleno de tatuajes. Los ojos de Ibai se inyectaron en sangre, alzó su azada y al grito de ¡sal de ahí, hijo de la gran puta! Rodeó al grandullón buscando el resto del cuerpo de Barbe. Nuestro líder fue más rápido, y se escurrió por el otro lado, corriendo hasta situarse a lo que consideraba una distancia segura; entonces se paró y con mirada suplicante y las manos alzadas ante él como protegiéndose del viento, comenzó a farfullar:

—Te lo puedo explicar Ibai. Tranquilo, verás… yo…

Ibai levantó la azada con una sonrisa siniestra, y en un movimiento casi imperceptible, la lanzó como respuesta a las suplicas. Llegó entonces el momento de nuestro héroe, el único capaz de salvar una situación tan desesperada; MainYasuo se deslizó entre nosotros, hasta colocarse justo delante de Barbe, alzó su espada y comenzó a invocar un muro de viento, que estaba casi completo cuando la azada se le clavó justo en la frente. Cayó intentando decir algo, pero sus labios solo conocían la sangre que manaba por el rostro.

Ese fue el primer cadáver que tuve ante mis ojos. Me resultó muy extraño contemplar tan solo un pedazo de carne sanguinolento allá donde antes hubo vida, y el mundo cayó sobre mí en ese momento con todo su peso; comprendí que la vida no es más que un préstamo, un don caduco, que podía ser arrebatado en cualquier momento. Me sentí al mismo tiempo vulnerable y transcendente, y una sensación de unión con lo más puro comenzó a surgir en mi pecho, llenándolo de algo indescriptible, una fuerza desconocida e imprevisible, que subió por mi garganta, abriéndose paso hasta los labios, y surgiendo de mí en forma de sonora carcajada. Todos se quedaron mirándome, extrañados, como si no supieran muy bien qué hacer, pero pronto se unieron, y los cuatro terminamos componiendo una sinfonía de risas incomprensibles sobre el cuerpo sin vida de MainYasuo, hasta que unos minutos después, con lágrimas en los ojos y el aliento entrecortado, Barbe sentenció a modo de epitafio: Menudo gilipollas. Todos asentimos, contuvimos las ganas de seguir riendo, miramos por última vez al pobre desgraciado, y comenzamos a caminar hacia los surcos de tierra sin sembrar que nos permitirían seguir avanzando.

Ibai se quedó un poco atrás, saqueando el cadáver, y cuando hubo terminado alzó la cabeza satisfecho y, dirigiéndose a Barbe, habló en tono cordial.

—Ahora estamos en paz —dijo, guardando las últimas monedas en una vieja bolsa de cuero curtido—. Con esta primera sangre saldamos nuestra deuda. Pero dime, calvo de los cojones, ¿por qué habéis venido a mi territorio, al lugar de las tierras cambiantes, a la orilla de la gran ría?

Barbe le explicó que estaba harto de luchar en La Grieta, y que su objetivo era hallar el legendario lugar conocido como La Convergencia, para lo cual necesitábamos salir de aquella isla utilizando su barco. Se dirigió a él como el vidente, el gran ilusionista, y con cierta reverencia, dijo que aceptaba el precio que quisiera imponernos, siempre y cuando fuera justo. Ibai sopesó la información durante un momento, hasta que se le iluminaron los ojos, y sin parar de reír, respondió:

—Ya sé cuál será el precio. Sabes que es lo que más me gusta en la vida, y estos malditos parajes desolados me impiden disfrutar de mi vocación. Preparaos, aquí comienza el reto de verdad, ofrecedme un buen espectáculo y mi barco será vuestro.

Sin tiempo para las dudas, Ibai desapareció ante nuestros ojos, y la arena labrada comenzó a pixelarse bajo mis pies, como si fuera el puto Minecraft; en cuestión de segundos el terreno había sido modificado por completo, dejándonos inmersos en una especie de laberinto de hierba, caminos, y paredes de piedra. Al fondo, el rumor de un río ocultaba un rugido intimidatorio, mientras de la nada pude observar como surgía un cangrejo horrible en su mismísimo centro. Estábamos en la jungla, y debíamos actuar.

Capítulo IV

Al principio estábamos completamente desorientados, pero en apenas quince pasos nos dimos de bruces con una inscripción sobre las rocas que nos aclaró nuestra posición: Aquí yace Reventxz, junto a su ego, su equipo y su carrera.

—¡Estamos en los golems! —exclamé, emocionado por haber resuelto uno de los problemas.

—Sí, pero aún no han aparecido —respondió Barbe—. Tenemos tiempo, hay que buscar a la cabra.

Yo no recordaba ninguna cabra en la jungla, pero ¿quién era para discutirlo? Los tres comenzamos a andar con cuidado a través de los caminos de tierra, hasta que al doblar una de las paredes de piedra vi sorprendido como aquel sendero terminaba de forma abrupta, y justo al final, una cabra blanca con pequeñas manchas negras engullía con tranquilidad la hierba que inundaba aquel lugar. Barbe reparó en mi expresión de incredulidad y, mientras nos acercábamos al animal, me explicó que antes todo eso era campo, pero la cabra, poco a poco, iba creando con su aliento los caminos de la jungla.

Cuando llegamos al chivo, Barbe se arrodilló con reverencia y, mirándole a los ojos con ternura, susurró:

—Dinos cabra, ¿cuál es el pathing?

Recuerdo con cariño el rostro del bicho: el gesto divertido, la barba descuidada, y el inconfundible brillo de la inteligencia en sus ojos oscuros. Aquella cabra era una maravilla, incluso rumiando.

—El pathing es como el viento —respondió la cabra, con tono intelectual—, está en todas partes, y su dirección es caprichosa; y como la muerte, segura, pero inesperada. El pathing es el camino, el Tao, es uno y nada, el llanto de un bebe fusionándose con la sonrisa del abuelo, la hormiga que sobre sus hombros transporta el universo…

—Te daré tres monedas de oro —Barbe echó mano a su bolsa.

—Bien, veamos… va a empezar en su azul, después picuchillos, cangrejo, e irá a robar vuestro rojo. Podéis esperar escondidos en el arbusto de al lado.

Barbe dejó las monedas y salió disparado sin decir ni una palabra, el grandullón ya había empezado a caminar en esa dirección antes de que la cabra terminase de hablar, y yo los seguí y me dejé llevar, tal y como había hecho desde que aterricé en aquel puto manicomio, seguir a Barbe, al grandullón, incluso a MainYasuo… seguir el camino de tierra, seguir entre el barro, seguir hasta donde fuera necesario. Durante los 20 segundos que duró el trayecto hasta el arbusto, un pensamiento asaltó mi cerebro y se agarró a él con garras de adamantium; soy un follower de mierda, repetía una y otra vez en mi cabeza. Un seguidor, un espectador, un comepipas… pero no del lol, ni de su comunidad o su lore, yo era un follower de la vida; la veía pasar a mi alrededor, comentaba algunas de las cosas que sucedían, pero sin tomar parte en ella, sin que la vida supiera quién coño era yo. Le reía las gracias, daba fav a sus mejores frases, incluso haciéndolas mías, y retuiteba algunos momentos importantes como bautizo, comunión, primer amor o sacar el carné de conducir, para que salieran también en mi Timeline, pero ella ni siquiera me seguía. #Fracasado. Esos 20 segundos fueron suficientes para romper con la inercia de los 20 años anteriores; en aquella jungla nació un hombre… no el mejor, desde luego, pero un hombre al fin y al cabo.

No tuvimos que esperar demasiado en el arbusto. Con paso chulesco, apareció frente a nosotros la mujer más hermosa que había visto nunca. Su afilado rostro envolvía unos penetrantes ojos rojos, a juego con el pelo que se escondía tras una suerte de adorno a medio camino entre un casco y una corona. El cuerpo apenas se ocultaba tras un traje negro increíblemente ajustado que remarcaba su figura, con costuras sólidas y afiladas, bañadas en sangre. La mirada era la de una reina, y la postura la de un cazador. Me sentí inmediatamente atraído, por lo que no pude evitar acercarme ensimismado, como si hubiera visto a una diosa. Y entonces habló.

—Tuuuuuuuuu  què fas?

La voz era masculina, y hablaba en catalán. Fue como si me hubieran dado una patada en los huevos. Unos minutos antes habría vuelto al arbusto, para esperar a que otro tomara el mando y decidiera cuál era mi papel en esa función, pero ya no. Seguí avanzando, entonces él, o ella, o lo que fuera, emitió un extraño sonido y lanzó una maraña de seda pegajosa, pero por suerte un señor que caminaba tranquilamente por Murcia se agachó justo a tiempo de esquivarla, mientras yo me abalanzaba sobre el exoesqueleto de aquel excitante engendro. El cielo se estremeció y la voz de Ibai comenzó a resonar en el ambiente, narrando la batalla que acababa de comenzar.

¡Pero qué hace! ¡Menuda inteada! Se ha tirado solo contra una Elise que le saca ítems y nivel, está muerto… pero ojoooooo que viene el resto del equipo, era un bait. Elise se ha transformado en araña y le ha dado la Q al blue, está borrachoooooo, edítame esta Miyu. Un tanque se ha puesto en medio, bloqueando todo el daño mientras su compañero le cura constantemente, y al mismo tiempo Barbe desde atrás la va desgastando poco a poco. Elise intenta huir, pero parece que no tiene escapatoria… rapel buscando la piña, el tanque la destruye antes de que pueda caer en ella y salir de la trampa, más que una araña parece una cucaracha acorralada… y kill para el del peinado humilde!!!

Barbe se acercó a su presa para saquear el cadáver, y esta vez no me quedé atrás. Le dejé quedarse la mejor parte del botín, ya que él la había matado, pero yo también me hice con unas cuantas monedas. Justo cuando terminamos de expoliar a esa maldita araña, el suelo volvió a pixelarse, y en un parpadeo estábamos de nuevo sobre las tierras labradas, y aquella casita al fondo que se fundía con el cielo de un atardecer interminable, y a la que parecía que nunca llegaríamos. Ibai se encontraba frente a nosotros, sonriendo como casi siempre, pero esta vez parecía, además, satisfecho.

—Buen trabajo, sí señor. Hace mucho tiempo que no narraba una batalla, me he quedado bien a gusto… además siempre es bonito darle una lección al chulito ese —Y con tono sugerente, añadió—. Ahora tenéis algo de pasta… ¿Vamos a la tienda?

Capítulo V

Aquella casita que tanto llamó mi atención junto al mar, al borde de esas extrañas tierras, resultó ser una tienda con algún tipo de almacén subterráneo; no parecía demasiado grande, pero tenía de todo. Como es sabido, los niñatos gamers somos bastante manirrotos, así que gastamos allí todo el oro que habíamos acumulado hasta el momento: compramos suministros para el viaje con un pequeño fondo común, y después cada uno se gastó lo suyo en lo que quiso. El grandullón invirtió su oro de forma muy discreta, por lo que nadie se enteró de lo que compraba; Barbe, que era el más rico de nosotros, pilló un arco extremadamente curvo, que parecía poco funcional, pero con el que insistía en que sería más veloz a la hora de disparar (a pesar de empuñar un arma de fuego); y yo, compré unas botitas muy monas, con las que me sentía bastante más ligero.

Ibai nos esperó en la puerta, fumándose un cigarro, y a medida que íbamos saliendo nos recorría sin ningún disimulo con sus ojillos despiertos. Cuando estuvimos todos fuera, y bastante incómodos debido a sus miraditas, por fin se decidió a hablar.

—Me vais a joder el barco —Negaba con la cabeza, mientras seguía juzgándonos con descaro—. No estáis preparados, voy con vosotros.

Barbe intentó hablar, juraría que lo intentó, de hecho, a veces sueño con ese momento y en mitad de mis delirios oníricos sus labios dejan escapar algo así como “vale, ven si quieres, pero el jefe soy yo”; sin embargo, en el recuerdo real, en los hechos que con certeza puedo plasmar en esta historia, el aire se negó a salir de la boca del que, hasta el momento, había sido nuestro líder. Las palabras se revolvieron en el paladar de Barbe, aferrándose a una lengua temblorosa y convirtiéndose en una horrible mueca, una sonrisa a destiempo que desde entonces se erigió como la seña más característica de nuestro tirador. Reírse cuando no toca, reírse de todo aquello que no tuviera ni puta gracia, esa fue, desde aquel fatídico momento, su bandera.

Y así es como, tras los preparativos pertinentes, pocas horas después comenzamos a navegar. Al timón, el indiscutible Ibai, a quien el carisma le crecía como el pelo, nadie puso en duda nunca su puesto; encargado de los suministros se encontraba nuestro Barbe, arrojando las redes al mar para capturar gambas; aquí y allá el grandullón, como una bruma que envolvía toda la escena; y yo ejecutando pequeñas tareas, observando, sí, pero también participando allá donde se me necesitaba. Alguna vez escuché leyendas y vi cosas, creí distinguir el rostro de Reven en donde debería estar el ancla, y hubo mañanas en las que, al despertar, alguien comentaba que Ander había hecho esto o lo otro, pero jamás coincidí con él.

—¿Dónde vamos? —Me atreví a preguntar, tras varios días de travesía, una mañana en la que me sentí especialmente intrépido— ¿Llegaremos pronto a La Convergencia?

—¿Qué coño es La Convergencia? —respondió Ibai, que lo escuchaba todo, a pesar de no tener orejas.

Yo no supe qué decir, llevaba días convencido de que nuestro viaje tenía un rumbo fijo, la búsqueda de La Convergencia que Barbe había proclamado al viento, y por ello me quedé mirándolo, confuso, esperando su intervención.

—Yo ya paso de buscar La Convergencia, a la mierda el TFT —dijo, por fin, y se echó a reír sin ningún sentido—. Voy a jugar al Pokémon y a ver anime, me suda la polla todo. 

El silencio inundó el barco, un silencio espeso y pringoso, ese tipo de silencio que embarga a cualquier grupo al darse cuenta de que, entre ellos, a plena vista, se escondía un otaku. Fue culpa nuestra, cerramos los ojos ante los indicios, no quisimos creer las evidentes señales que recogían, alarmados, nuestros sentidos… y ahora ya era tarde, la verdad nos había estallado en la cara y tendríamos que vivir con ello. Así que decidimos ignorarlo, aunque nunca volvimos a mirarle igual.

—Nos dirigimos a la tierra de las dos ges —Ibai, incómodo, cambio de tema.

—¿Te refieres a G2? ¿Lo de Ocelote? —añadí, ilusionado.

De nuevo el silencio. Hay quienes creen que el silencio no pesa, pero tantos silencios estuvieron a punto de hundir nuestro barco.

            —¿Qué es un Ocelote? —dijo el grandullón, que había aprovechado los días en el barco para limpiar su armadura, y ahora lucía azul, metálico e imponente— No sé qué es un Ocelote, no creo que exista nada llamado Ocelote.

            —No existe —añadió Ibai.

            —Ni existió —sentenció Barbe.

            —Entiendo, a las dos ges entonces, ¡a toda vela! —grité, pero nadie me siguió el rollo, ni se rio; ni siquiera el cabrón de Barbe.

Capítulo VI

Cuando llegamos a las tierras de las dos ges, pensé que era una broma. Desde el barco no veía más que arena, un enorme tapiz amarillento que se desplegaba hasta el horizonte, inundando mis ojos de desesperación; pero donde yo veía un desierto sin nada que hacer, Ibai veía una oportunidad con todo por construir, por eso era el líder, y porque no quería llevarme otra hostia.

Por un momento pensé que seríamos los primeros hombres en llegar allí, pero nada más tocar tierra y alejarnos unos metros del barco, nos asaltó un vendedor ambulante con un carrito lleno de cosas.

            —La que te cuento, loquete, tengo unos doritos que son god, te quitan la sed, lo que yo te diga.

Yo tenía mucha sed, así que me acerqué a él rápidamente con intención de comprar tantos doritos como me cupieran en las manos, pero Barbe me detuvo con una de sus preguntas inteligentes.

            —¿Y si los doritos quitan la sed, por qué llevas también botellas de agua?

El vendedor ambulante dudó un instante, pero respondió con soltura e ingenio.

            —Porque me sale de los huevos.

La respuesta nos convenció, y sirvió para ganarse nuestra confianza. Tres doritos después ya éramos amigos, sabíamos que se llamaba ADnekro, y que estaba esperando a un amigo, por lo que decidimos esperar con él. Tras algunas horas de charla, el grandullón señaló, extrañado, al horizonte.

            —¿Eso es una farola? ¿Se está moviendo hacia nosotros?

            —¡Es Juan! —exclamó, con alegría, ADnekro— Ya viene. Y llámame Knekro.

Cuando estuvo más cerca, pudimos distinguir que se trataba claramente de una persona con una peculiar distribución ósea, concretamente en la parte de la…

            —Tsch, tsch, tsch —Juan interrumpió al narrador—. A mí no me presentes, que yo ya me piro.

Y como vino, se fue. Breve pero intenso. Así que allí estábamos, con un desierto entero para nosotros, cuatro chavales y Knekro, dispuestos a construir en aquellas tierras nuestro hogar… podría haber terminado ahí, pero entonces sería una historia de mierda, lo que llevó a que sucedieran un montón de cosas más, tan inesperadas como forzadas, para alargar la trama; por ejemplo, aparecieron cinco franceses, y nos liamos a guantazos. Al tercer golpe en la boca, Barbe, extenuado, tuvo una idea.

            —Ibai, llévanos a La Grieta. En nuestro terreno podemos ganar.

Dicho y hecho. Haciendo gala de su poder, el ilusionista nos trasladó a La Grieta en un abrir y cerrar de ojos, y aparecimos los cinco en la fuente del lado rojo. Nada más llegar, Knekro se enzarzó con Boris, el tipo que estaba allí vendiendo objetos.

            —¿Cincuenta de oro por una poción de vida? ¿Estamos locos?

            —¡Pero te regalo un Ward! —Boris estaba fuera de sus casillas, no podía creer que alguien llegara allí e intentara joderle el chiringuito.

            —Yo vendo Red Bull a veinticinco, y hace lo mismo.

            —Vete a la mierda.

            —Chavales, ni caso al random este —Knekro se dirigió a sus compañeros—. Ni pociones, ni galletas, ni hostias; pilladme unos Red Bulls y unos Takis y vamos a línea.

La distribución fue muy sencilla, el grandullón, Knekro e Ibai querían ir a top, así que fue Ibai, y los otros dos se jodieron; Barbe y yo íbamos a ir a bot, pero Knekro dijo que él también iba abajo, así que fuimos los tres; después, el grandullón dijo que medio y jungla se le daban mal, por lo que fuimos los cuatro a la línea inferior. Minutos después, cuando Ibai estaba perdiendo la línea superior, decidió que la mejor idea era venirse con nosotros, y encima, el muy cabrón, se puso a farmear. Esto hizo que Barbe, desesperado, se fuera a la línea de top para estar solo, cosa que a todos nos pareció bien.

A todo esto, los franceses hacían cosas de franceses: escribían en el chat, sacaban emotes, e inteaban como cerdos. El jungla francés se vio abrumado al tener las dos junglas para él solo, y decidió no apoyar ninguna línea, ni siquiera en la que estábamos cuatro contra dos. Su midlaner estampaba oleadas contra medio y después se iba a robar la jungla de su propio jungla, para que este no tuviera más minions que él. La botlane se moría todo el rato porque creían que podían ganar el dos contra cuatro y, al morir por quinta vez, comenzaron a culpar a su toplaner, porque era el único que estaba jugando bien, y eso les tocaba los cojones. Lleno de coherencia, su toplaner hizo lo único que una persona sensata podía hacer. Se fue AFK:

A los dieciocho minutos estábamos golpeando el nexo rival, y no volvimos a ver a los franceses.

            —Oye, oye, se nos da muy bien esto, ¿no? —Ibai parecía emocionado.

            —Sí, ha estado muy bien —respondió Barbe, mirando la arena que nos envolvía de nuevo, e imaginando cuál sería su parcela—. Un gran último baile. Ahora a vivir tranquilitos y relajados, yo quiero un buen trozo junto al mar, para sentir la brisa en los huevos.

            —Les hemos sacado algo de oro a esos franceses —continuó Ibai, ignorando abiertamente a Barbe—. Podríamos pertrecharnos y…

            —Yo tengo suministros, armas, armaduras y drogas en el carrito —Knekro veía el brillo en los ojos de Ibai.

            —¿Qué tienes, exactamente, en el carrito? —pregunté.

            —Lo que exija la trama, tú no te rayes.

Ibai comenzó a curiosear, mientras Barbe negaba con la cabeza.

            —¿Me llega para comprar este espadón? —Ibai cogió una espada enorme y la observó con deseo.

            —¿Cuánto tienes? —respondió Knekro.

            —Unos dos mil quinientos de oro.

            —Justo lo que cuesta, es tuyo. ¿Los demás qué queréis?

El grandullón y yo nos miramos con ciertas dudas, pero en el fondo ambos sabíamos que haríamos lo mismo que había hecho Ibai; Barbe, sin embargo, dijo alguna mierda de chingueki no sé qué, acto seguido se echó a reír, y después cogió un carcaj mientras se aguantaba las lágrimas. Yo compré un colgante muy chulo y el grandullón se hizo con una armadura repleta de espinas, que parecía bastante incómoda. Tuvimos muchísima suerte, todo costaba justo el oro que teníamos. Una vez que tuvimos nuestras nuevas pertenencias equipadas, Ibai se dirigió a nosotros de nuevo.

            —A la mierda las tierras de las dos ges. Vámonos por ahí, a vivir aventuras, que aquí ya les hemos sacado la pasta.

Capítulo VII

Fueron meses extraños. Deambulamos por el mundo completamente perdidos, como el joven muchacho que se asoma al insondable abismo de la adultez, en donde le aguarda la más desesperante de las incertidumbres; como el guardián de algo que ya no existe, y tiene por misión en su vacía vida proteger un recuerdo volátil e insulso; como el escritor que, en un extremo ejercicio de pedantería inútil, llena un párrafo de comparaciones sin sentido para tratar de añadirle profundidad a una historia que no la tiene.

Pero el camino no fue una completa pérdida de tiempo; ocurre una cosa en el universo que lo hace interesante y peculiar, y es que vayas donde vayas, aparece un gilipollas. Y nosotros fuimos a muchos sitios. Sitios que nada tenían que ver con La Grieta, ni con competir, ni con alcanzar la gloria de destruir el nexo enemigo… Sitios donde conocimos a muchos gilipollas, pero también a gente interesante, gente que, de una u otra forma, nos hacía crecer.

Voy a hablaros del día en que conocimos a TheGref, en adelante, Davicín, porque escribir “TheGrefg” es muy pesado. Durante nuestros viajes habíamos escuchado su nombre, pero pensábamos que no nos cruzaríamos con él porque pertenecía a otro mundo; sin embargo, aquí estaba, de la mano de tres ex – monaguillos que, en un arrebato adolescente, habían formado un grupo llamado “Blasfemics”, o algo así. A Davicín no le importaba demasiado su grupo, pero le encantaba tocar la polla, así que en cuanto se enteró de la existencia de un nuevo clan de aventureros, comenzó a buscarnos. Y nos encontró.

            —Vaya, ¿vosotros sois los nuevos? —dijo como presentación, con su voz radiofónica.

            —Dejadme hablar a mí, que este viene a joder —Ibai nos miró a todos, buscando nuestra conformidad, y todos asentimos, porque siempre era mejor hacerle caso de forma voluntaria.

            —¿Qué coño quieres? —continuó.

            —No, ahora no. Te respoooooonderéééé dentro de cinco minutoooooos.

Los miembros de nuestro grupo se miraron extrañados, pero yo aproveché para contemplar el paisaje, y así poder describíroslo. En nuestro viaje habíamos establecido una norma muy sencilla: seguir el río, como carpas, para no andar dando rodeos, porque caminando sin dirección es muy fácil perderse, y más si eres medio imbécil. Atravesamos bosques, rodeamos montañas, y descansamos en acogedores poblados dispuestos junto a las aguas; conocimos la ciudad de Amongas, el monte del Falgüi, e incluso Villa Maincrá, en donde, por cierto, vivía Paracetamor. Grande Paracetamor, que consiguió salir de esta mierda del LoL. Pero todos esos lugares habían quedado atrás, y Davicín nos había emboscado, nada más y nada menos, que en la falda de un volcán. Sí, una falda coronada por un ardiente agujero. El hogar de Werlyb.

Nosotros habíamos llegado hasta el volcán con la intención de incorporar al famoso Werlyb en nuestro equipo, porque nos hacía ilusión tener a otro gran toplaner que jugara fuera de su posición, ya que a Ibai no le salía de los cojones irse a tomar por culo con su Renekton de mierda. Sin embargo, en lugar de encontrarnos con un simpático andaluz, dimos con un murciano. Por lo demás, el lugar estaba impregnado de ese aura cálida y densa que otorgan al aire el fuego y la ceniza; con cada respiración, nuestros pulmones se embriagaban del resurgir de la roca, otorgánd…

            —Ya han pasado los cinco minutos —Ibai estaba impaciente.

            —¿Te lo digo? ¿Te lo digo o no te lo digo? —Davicín se acercaba y se alejaba de Ibai con pequeños saltitos, simulando un ridículo zoom.

            —Qué pesado eres, la madre que te parió.

            —Vale, te lo digo. He venido para enfrentarme a ti. No. Sí. No. Enfrentarme a ti no. Enfrentaaaaaaarnos. Nos. Nosotros. Mi equipo contra el tuyo. El que pierda enseña el culo.

En un impulso de sangre norteña Ibai apretó los puños y estuvo a punto de aceptar el reto al instante; pero se detuvo, nos miró, y agachó la cabeza con pesar.

            —Mi equipo es una mierda… —todo parecía perdido, hasta que Ibai vio por el rabillo del ojo la sonrisilla de Davicín, suficiente para encender a cualquiera. Nuestro jefe se recompuso, recuperó la fortaleza que le convertía en nuestro líder— ¡Pero es mi mierda! ¡Te vamos a reventar!

A todo esto, apareció el bueno de Werlyb, que llegaba a su casa exhausto, pero feliz. Se quedó mirando a los dos contendientes, sin saber muy bien qué hacer, hasta que se decidió a chocar la mano de Davicín, y darle un abrazo a Ibai.

            —Prepárate, vamos a pelear. Voy a por el resto del equipo —Davicín era un capullo, pero respetaba la amistad. Los dejó solos.

            —¿Estás con ese tío? —Ibai inició la conversación cuando se quedó a solas con Werlyb.

            —No es por él… aquí tengo también buenos colegas. Además, me ofrecieron convertirme en un héroe de acción. Ahora mismo vengo de grabar.

            —¿Una peli? ¿Tú? —Ibai parecía sorprendido— Supongo que lo entiendo… ¿de qué va la película?

            —¡Es una trilogía! —Werlyb estaba genuinamente emocionado— La trilogía “Ven a verme”. Ya estamos grabando la tercera, y creo que he nacido para esto. La primera se llama “Ven a por el buffo, y ya verás la que te enchufo”; la segunda “Pégale a esta torre y ya verás como se corre”; y la tercera “Le metí to´l caldo por el ojo del heraldo”.

            —La dos es god loco, estuviste enorme —Knekro se unió a la conversación.

            —¿En el título de la tercera no hay un “y ya verás”? —Ibai no sabía muy bien qué preguntar, y salió por donde pudo.

            —No, porque ya hay un ojo, es una metáfora, ¿sabes?

            —Ya… Oye, ¿nos damos de hostias? Estamos alargando mucho esto, la conversación está quedando un poco forzada, pareciera que solo conversamos para meter la bromita del porno.

            —Venga, va.

Como siempre, Ibai se concentró, y todos aparecimos en La Grieta. Tras el choque de miradas entre Boris y Knekro, nuestro equipo se distribuyó de la siguiente forma: Ibai en la línea superior, y punto, y si a alguien le parecía mal, se podía ir a la mierda; Barbe y Knekro fueron a la botlane, porque querían estar juntos para hablar de Pokémon; el grandullón, a regañadientes, fue a medio, desde donde, según él, al menos podría dirigirnos para que no hiciéramos el ridículo; y por último, a mí me tocó la jungla, en donde el grandullón me dio una indicación muy clara: “tú no molestes, y el azul es mío”.

En cuanto al equipo contrario, su organización fue un poco más caótica: Werlyb fue a top con cuatro cubatas, Araneae se enfrentó a mí en la jungla, y se sorprendió mucho al ver el cangrejo ya que llevaba sin comprender el lol desde 1827; a la midlane fue el “escuadrón salchichón” al completo, porque entre todos hacían uno; y a los dos de la botlane no los conocía, pero parecían buena gente.

Y en este momento sucedió algo muy curioso, y es que, al ser mi primera vez en la jungla, no tengo ni puta idea de lo que ocurrió en el resto del mapa, por lo que solo puedo contaros mi punto de vista de la partida. Como el azul no iba ni a olerlo, empecé por el rojo y pedí ayuda a mi botlane, primer error; Barbe se echó a reír como un loco y Knekro me dijo que por menos de mil de oro él no se movía, luego me coló un anuncio de seguros por si me robaban el buffo, y se escondió en un arbusto a fumar. Así que empecé a hacerme el rojo yo solo, a puñetazos y sin moverme, porque quitear es de cobardes, y cuando estaba a punto de matarlo, escuché la voz de Araneae a mi espalda.

            —¿Qué haces aquí? Deberías de haber empezado por el azul, ¿no ves que no tienes “prio” en top? Yo venía aquí a robarte. Tenías que haber ido desde arriba hacia abajo, y después invadir mi red, “baqueas”, full clean, y haces el setup para el dragón, porque el heraldo ni lo vas a ver.

            —No he entendido ni una palabra —Yo estaba avergonzado —. ¿Me ayudas?

Araneae se lo pensó un instante, sonrió, y asintió con convicción.

            —Yo no soy un guerrero, soy un maestro. Prefiero enseñarte que pelear, vamos a “junglear” juntos.

            —Joder, pareces muy buen tío… perdóname, creo que te he insultado un par de párrafos más arriba.

Araneae no sabía de qué coño estaba hablando, así que no le dio importancia, me cogió de la manita y me llevó a ver los picuchillos. Fue una mañana genial, como visitar el zoo, pero cosiendo a espadazos a los bichos y recibiendo oro por ello. Cuando terminamos, fuimos a ver cómo iban las líneas, y nos encontramos al “escuadrón salchichón” discutiendo entre ellos, al grandullón aprovechando para tirar torres, a los cuatro de la botlane jugando al UNO por parejas, y a Ibai organizando un evento con los lobos.

            —Mirad, la cosa es que sois tres lobos, pero solo habrá una caperucita —Los lobos escuchaban atentamente—, que será Riobó disfrazado. El que se le cargue, se queda su puesto.

            —Oye Ibai —interrumpí, temeroso—. ¿Dónde está Werlyb?

            —Se ha ido, había quedado.

            —¿Tiramos el nexo? Que está el grandullón “traijardeando” él solo.

            —Dale.

Y así fue como ganamos a nuestro primer rival serio. No hubo épica ni heroísmo, pero es que esta historia no va de eso. Qué más quisiera yo que haber vivido una carga grandiosa, con Ibai alentándonos a derrotar a nuestros rivales, el grandullón girando enloquecido para desmembrar a todos los enemigos, Barbe disparando como Tony Montana en la fiesta de la coca y Knekro y yo salvando las vidas de nuestros compañeros en el último instante… pero os estaría mintiendo; nada de eso ocurrió, y yo estaba convencido de que no ocurriría, pero me equivocaba. La grandeza llegó, solo que un poco más tarde.

Capítulo VIII

El cine, la televisión y las novelas os han engañado. Muchos creéis que la vida de un grupo de aventureros es un conglomerado de continua acción y sexo, pero nada más lejos de la realidad. La mayor parte del tiempo consiste en caminar de un lado a otro, hablar de tonterías, pasar el día desplazándose con la esperanza de encontrar algo emocionante, y las noches sobre una lona de tela raída, entre los ronquidos de Ibai y los pedos de Knekro. Tal vez penséis que son estos momentos de interludio los que forjan amistades legendarias y cohesionan el grupo, pero tampoco. De hecho, desgasta bastante, y si no fuera por la emoción de la búsqueda, es muy posible que cada uno hubiera emprendido su propio camino, porque en el aburrimiento conoces la peor versión de las personas, y mis compañeros ya eran un poco gilipollas en su versión buena.

Por ejemplo, resultó que al grandullón de los cojones le encantaba discutir. Él, que había entrado al grupo con su porte de guerrero celestial, midiendo cada palabra, aportando calma y músculo, intimidando con su armadura azulada y ese enorme espadón… era un tiquismiquis de la hostia. Siempre tenía que tener razón. El cabrón era tan cansino que una noche, en grupo, decidimos dejarle abandonado en una taberna, y por eso voy a hacer un alto en el camino para contaros esta historia.

El mundo es más largo que la imaginación, por eso si andas lo suficiente, puedes llegar hasta lugares en donde se han acabado los nombres, y encontrarte con un pueblo como este, llamado el_pueblo. En su centro, encontramos la taberna que estábamos buscando, y nos decidimos a entrar, a pesar del nombre, ya que no se les había ocurrido otra cosa que llamarla “Tabernamaniacos”. Y una vez dentro, el objetivo estaba claro: emborrachar al grandullón hasta que se quedara inconsciente, e irnos de allí sin él.

El bar era bastante peculiar, estaba repleto de charlatanes que no necesitaban emborracharse para dar la chapa, y entre todos ellos ponía orden una voz de mujer que nadie sabía de dónde salía, pero que hablaba en cursiva para que se la pudiera distinguir del resto sin tener que decir, cada vez, que era ella. El grandullón y yo nos dirigimos a la barra, y comencé a darle conversación mientras el resto reconocían el terreno y buscaban una ruta de escape.

            —Oye… a mí me lo puedes decir. ¿Tú eres Garen, verdad?

El grandullón parecía inquieto, y miraba a todas partes mientras negaba con la cabeza.

            —¿Cómo que no? El porte, la armadura, tu técnica de lucha… eres Garen.

            —¡Qué no soy Garen, coño! No me gusta este sitio, creo que ya he estado aquí. ¿Podemos irnos?

            —Tranquilo hombre, tómate una copa.

Buckstrike, un Otaku ha entrado en el baño, ve a desinfectar. Yo me tomé un chupito.

Barbe salió del baño ofendido, y se reunió con nosotros.

            —Qué, ¿aquí no se bebe?

De pronto, una setita amarilla llamó su atención, le dedicó una sonrisa e intentó hablar con esa cosa.

            —¿Tú qué haces aquí, setita?

            —Spica

            —¿Qué quieres decir? No entiendo esa palabra.

            —¿Spica? Spica.

            —¿Me estás vacilando?

            —Spica, Spiiiica.

La setita miraba a Barbe con ojos tiernos, pero nuestro tirador se estaba empezando a cabrear, hasta que intervino Knekro.

            —¿Es un Pokémon real?

            —¡Spica!

            —¿Tú crees? —Barbe lo miraba con ciertas dudas.

            —Esto debe valer una pasta, loco. Me lo llevo.

Dejen a Toad en su sitio, y no le den de comer. Me tomé el segundo chupito.

Entonces, el grandullón se puso frente a nosotros, y nos sorprendió con una súplica.

            —Por favor, no me dejéis aquí.

            —¿Eh? —Barbe se puso nervioso, y empezó a reírse, el tonto de los cojones— No, si nosotros no…

            —Sé que no es fácil convivir conmigo —continuó el grandullón—, pero me esfuerzo por mejorar. No me abandonéis, no quiero vivir en esta taberna para siempre.

Nosotros tampoco te queremos aquí. De hecho, si por mí fuera, este lugar no existiría. Os odio. Yo me tomé mi tercer chupito, y es posible que los hechos, a partir de aquí, no sean del todo correctos, porque no me sienta muy bien la bebida.

            —Dejadme hablar con Ibai, por favor, le convenceré de que puedo ser útil para el equipo, él me entenderá.

            —Bueno, Ibai no conoce del todo nuestras intenciones —respondí, con mi melena plateada acariciando con sus puntas la apertura de la camisa en donde asomaba mi fornido pecho.

            —¿Cómo? ¿Pero no has dicho al principio del capítulo que lo habíais decidido entre todos?

            —Yo… no sé… me encuentro un poco mal. Necesito tumbarme.

A la puta calle.

            —¿Vosotros también escucháis esa voz?

            —Vámonos de aquí.

El grandullón me sujetó entre sus brazos, y me sacó de la taberna con paso firme. Olía a Varon Dandy. Pensé que podría ser el inicio de una preciosa historia de amor, pero justo al llegar a la salida, nos abordó Mfreak.

            —Oye, oye, oye. Y el resto qué pasa, ¿no vamos a salir en la historia?

            —Hostia, es que sois muchos —respondí—. Si ni vosotros sabéis cuánta gente ha pasado por aquí.

            —Eso es verdad —dijo, contento porque ya había aparecido—. Pues ala, a tomar por culo.

Amanecí tumbado en un seto, con el resto del equipo haciendo los preparativos para retomar el viaje. Barbe me miró inquisitivo.

            —¿Por qué coño hemos parado aquí? ¿A qué venía esto? —preguntó, muy enfadado— ¿Y me has llamado “tonto de los cojones”?

            —Yo, perdona… no sabía cómo meter a los de esportmaniacos… y tal vez me pasara en las acotaciones, estaba borracho, pero lo hago porque te tengo mucho aprecio. No te enfades. Te quiero.

Cuando íbamos a abrazarnos, desperté realmente, y comprobé con cierto alivio que esa última conversación había sido un sueño, y tal vez parte de las anteriores también, quién sabe. De aquel sueño surgió la idea de redactar la historia de nuestras aventuras, así que estas páginas que estáis leyendo se deben, como casi todo lo que he hecho en mi vida, a una decisión horrible alentada por el alcohol. Pero no estoy aquí para hablaros de mí. Sigamos con lo que importa; yo no sabía cuánto había pasado realmente de las últimas horas, o qué partes se debían a un delirio etílico, lo que sí es completamente cierto es que la convivencia del grupo estaba en peligro, y aquella noche algo ocurrió, algo que hizo saltar las alarmas, tal vez sea lo que os he contado, o puede que no. Pero antes de partir, Ibai nos reunió a todos, y puso las cartas sobre la mesa.

            —No os aguanta ni vuestra puta madre —dijo de forma cordial, para empezar la arenga—. Pero estamos aquí, estamos juntos, y hay algo en el grupo, un aroma a lealtad aliñada con insultos y gilipolleces… no podemos perderlo. ¿Qué queréis? ¿Volver a ser unos mierdecillas por separado? ¿O triunfar como equipo? Necesitamos dejar atrás nuestras pequeñas diferencias, y luchar por un objetivo común. ¿Y sabéis que puede unir a un grupo como el nuestro?

            —La pasta —dijo Knekro.

            —Yo soy más de pizza —dijo Barbe, y se echó a reír.

El grandullón iba a darle un guantazo a Barbe cuando Ibai lo detuvo con su voz.

            —¡NO! ¡NADA DE ESO! Nos unirá la más fuerte de las pasiones, el combustible del mundo, el único hilo conductor que han compartido todas las grandes personas de todas las civilizaciones conocidas: el odio a los franceses. Nos vamos a Francia.

Capítulo IX

—¿Y cómo iba yo a saber que no hay ninguna Francia en toda Runaterra? —Ibai se disculpaba, tras las interminables jornadas de camino, buscando un lugar que no existía— ¿De dónde salen los franceses? ¿De los árboles?

—Eres muy impulsivo loco, a ver si nos lo tomamos más de chill que yo ya no estoy para andar de más —Knekro se masajeaba las rodillas.

—Pero… —Ibai seguía buscando una justificación— ¿Y Fiora? ¿Y Camille? Vamos no me jodas.

Esta triste conversación tuvo lugar en el último pueblo al que llegamos siguiendo el río, en donde, desgraciadamente, nos confirmaron que no existía ningún lugar llamado Francia. Estábamos en la plaza mayor, junto a la iglesia, cuando uno de los vagabundos que pedían limosna se unió a la conversación.

—¿Estáis buscando franceses?

El pobre hombre vestía especialmente mal, pero no parecía ser fruto de la carencia de recursos o la necesidad, sino que daba la impresión de que él mismo había decidido vestirse así.

            —¿Champi?

            —¿Ibai?

            —¡Champi! Qué recuerdos —Ibai se fundió en un abrazo con el vagabundo—. Esta era mi iglesia cuando curraba en la LVP, por las mañanas a pedir, por las tardes a trabajar, y entre las dos cosas hacía casi medio sueldo. Fueron buenos años.

            —Ya… ahora las cosas están un poco mejor…

            —¡Pues claro! La primera sangre de pepito, la primera torre de manolito, la pausa de pausín, el heraldo de heraldín… y el séptimo minion de su putísima madre cabalgando una pradera de nabos. Ahora entra un montón de publi, os pagarán mejor, ¿qué haces pidiendo aquí?

            —Bueno, es que esta ropa es muy cara.

Barbe se echó a reír a carcajadas, y por primera vez todos reímos con él. Champi puso cara de no entender el chiste.

            —¿Buscáis franceses o no?

            —Sí, sí —dijo Knekro, nervioso, deseando finalizar la búsqueda para descansar un rato—. ¿Dónde están?

            —No sé dónde están, pero sé cómo hacer que vengan.

Champi nos llevó a un asentamiento de chabolas, en donde pudimos ver a un montón de gente intentando ganarse la vida: Noa pintaba cuadros de waifus que vendía muy baratos, lo cual alegró mucho a Knekro, quien incorporó varios a su carrito; Teshrak se disfrazaba de muchas cosas (él lo llamaba cosplay, pero todos sabemos que el cosplay es disfrazarse) y cobraba unos céntimos por hacerse fotos con él en posturas sugerentes; Wolk se quejaba abiertamente y sin tapujos de algo, mientras Katarsis lo traducía… y allí había un montón de gente más. Todos los casters, tertulianos, influencers o lo que sea que no haya mencionado en otro sitio, estaban aquí, en el campamento de chabolas, haciendo cosas chulísimas.

            —¿No me iréis a dejar aquí? —El grandullón miraba a todas partes, asustado.

            —Tú estás conmigo —dijo Ibai, mirándolo con confianza—. Nunca te abandonaría en el mismo lugar que a la Riven de Kidi. ¿Falta mucho?

            —Es esa de ahí —Champi señaló una chabola un poco pija, la verdad, no pegaba del todo en aquel lugar.

Avanzamos hasta ella y el caster llamó a la puerta. Hubo un momento de expectación, por algún motivo esperábamos que ocurriera algo espectacular, pero solo salió el puto Mellado.

            —Mellado di algo —Champi sonreía, pero Mellado solo negaba con la cabeza—. Venga… di algo tío. ¿No te atreves? Di algo.

            —¡Qué no!

Mellado habló, y todos pudimos sentir como el universo se estremecía. De pronto, el lugar comenzó a llenarse de franceses insultando a Mellado, a su familia, a cualquier español con el que se cruzaran, e incluso se insultaban entre ellos si no encontraban nada mejor que hacer. ¿Coman qui no? ¡Merde! ¡Fille de pute! ¡Baguetín! Y demás voces similares inundaron el ambiente, y envolviéndolos a todos, una enorme bandera azul con dos letras blancas, como una metáfora, sin intención de señalar a ningún equipo en concreto. Ibai se frotó las manos.

            —Esto es lo que estábamos esperando, chavales. Vamos a la grieta.

            —¿Podemos castearlo nosotros? —Champi estaba emocionado, le gustaba la fiesta.

            —Venga, castead vosotros.

            —¿Nos vais a pagar?

Una vez más, Champino entendía muy bien qué era lo que nos hacía tanta gracia, pero nos vio entrar sonriendo en La Grieta, orgulloso y preparado para una narración histórica.

            —¿Tú eres más de paja nocturna, o cuando apetezca? —Wolk ignoraba abiertamente que los luchadores ya estaban en La Grieta, mientras su voz se extendía por el mundo.

            —Hombre Wolk, yo soy un animal nocturno —respondió Champi.

            —Os referís a pajas de pajar, ¿verdad? —Noa intervino, intentando salir del tema.

            —¡Pero para pajeros, nuestros patrocinadores de…¡

            —Corta, corta, corta, ¿de dónde ha venido esa voz? —Todos centraron su mirada en La Grieta, confundidos— Anda mira, ¿por qué hay siete franceses?

—Eso son los minions, gilipollas.

—Chavales, yo mejor me voy a hacer entrevistas —Noa salió de allí en cuanto pudo. Mellado entró en su lugar.

—¡Cómo que los minions! ¡Pero si van de azul!

—¡Van de azul!

—¡Van de azul!

—¡Son franceses!

—¡Son franceses!

—¡Son franceses!

—Oye, ¿vais a narrar la partida o qué? —dije, como narrador de la historia— No hay quien se aclare con estos diálogos, y no puedo estar poniendo acotaciones todo el rato. Venga, a la partida.

—¡Cómo se pone! ¿No será francés?

—¿Cómo hacen los franceses?

—Buahhhh, buahhhh—Wolk imitaba el llanto de un bebe. Todos se echaron a reír y, cuando terminó de hacer su interpretación, se puso serio y continuó— ¿Te crees que no nos hemos dado cuenta de que no nos vas a pagar? Estoy hasta la polla de ratas en los e – sports, vete a tomar por culo.

A la mierda, narro yo la partida. Nuestro equipo de héroes estaba compuesto por Ibai en la toplane, Barbe y yo en la botlane (Knekro se había cansado de jugar con Barbe, insistía en que lo suyo era la variedad), Knekro en medio y el grandullón en la jungla; cabe decir en este momento que el grandullón estaba ya hasta los cojones, porque resulta que, contra todo pronóstico, él también era ADC, aunque también se defendía en top, y no le hacía ni puta gracia que esas dos posiciones fueran las únicas que no rotaban.

En lo que a los franceses se refiere, es un lío, ya que, como es bien sabido en España, todos los franceses se llaman Fransuá. Así que, para no enredar, los llamaremos F1, F2, F3, F4 y F7, porque mi ordenador tiene diez años y las teclas cinco y seis no funcionan.

Nada más comenzar la partida, a F1 lo llamó su madre para cenar, por lo que dejó a su equipo con 4 y a Ibai completamente libre en la toplane; desgraciadamente, el hijo de la gran puta, en lugar de aprovechar para reventar la partida, se fue a hacer un partido de la kinli. F2 estaba en la jungla, pero como era muy fan de Sheo y no tenían toplaner, no sabía qué hacer, iba todo el rato a gankear en top y no había nadie, así que se sintió tan solo que se sentó en el río a escribir poemas; mientras, el grandullón, que siempre tryhardeaba, aprovechó para llevarse sus campamentos y los del rival, y hasta le robó algún verso que nos recitará más tarde. F3 y Knekro pasaron de farmear y se liaron a guantazos, hasta que nuestro veterano jugador, al grito de “Ni olalá ni hostias en vinagre”, sacó un bate de su carrito y empezó a perseguir al francés por todo el mapa. Mientras tanto, en la línea inferior, F4 y F7 nos dieron una buena paliza perdieron la línea contra nosotros, como se demuestra por el resultado final, que fue una victoria tan incontestable de nuestro equipo que la comunidad internacional tuvo que darle el MVP a un picuchillo.

Y así derrotamos a los franceses, que se fueron para no volver; no, aún no ha llegado el momento de la épica, pero ya estamos más cerca.

Yo, con mi gran espada erguida,

sin ayudas ni relevos,

he ganado esta partida;

podéis comerme los huevos.

            —¿Qué haces? —Barbe miraba al grandullón con incredulidad.

            —Voy a hablar en verso un rato —El grandullón ni siquiera le miraba a la cara—. Aquí hacéis todos lo que se os pone entre los cojones —me miró directamente a mí—. Y tú eres el peor. La Ilíada es un poema épico, y tú, ni poema, ni épico, ni nada. Ya lo arreglo yo, como siempre. Como todo.

            —¿Ah sí? ¡Venga! ¡Haz algo épico! —le reté, ofendido.

            —¿Eso quieres? Ahora verás.

Muy oportunamente, un reducto de franceses apareció por un lateral de la escena, dispuestos a redimir la humillante derrota de sus compañeros, y el grandullón cargó contra ellos sin pensárselo.

            —¡POR DEMACIAAAAAAAAA!

Comenzó la embestida con su brillante armadura azulada y un enorme espadón, pero a medida que iba desintegrando a los franceses, su propio cuerpo se iba transformando: la armadura mutó a un polito de Ralph Lauren y unos vaqueros, su fornido cuerpo se convirtió en algo más mundano, y en lugar de arremeter a espadazos, golpeaba sin parar con argumentos sólidos. Los franceses no tuvieron más remedio que salir huyendo para, esta vez sí, no volver a aparecer en la historia. De verdad.

            —¿Kuentin? —Knekro le observaba ensimismado— El putísimo Kuentin loco, esta no la vi venir.

            —¿Me he perdido un giro de guion? —Ibai volvió de perder con Porcinos— ¿Le hemos dado a los franceses? ¿Y qué hace Kuentin con la chorra fuera?

            —¿Tú sabías que era él? —Barbe no entendía nada, pero esto no era algo extraño.

            —Claro —respondió Kuentin—. Ha sido él, con sus poderes de ilusionista, quien ha mantenido oculta mi forma. ¿Por qué esa forma, Ibai?

            —La tomé de un universo paralelo, así es como serías si nunca hubieras trabajado en la ESL.

            —Tiene sentido —confirmé, para apoyar una trama completamente absurda.

Con mi gran aparición,

Concluye este capítulo.

Conservad vuestra atención,

Continúa este ridículo.

Capítulo X

            —Bueno, ya estaría, ¿no? —Knekro empezó a recoger su carrito— Hemos derrotado a Heretics… hemos derrotado a los franceses… Somos la polla, buen trabajo chavales, ¿dónde se cobra?

            —Ya, bueno… —Ibai tenía la mirada huidiza— Respecto a eso… nos queda un enemigo por derrotar, el más difícil de todos.

            —¿Cuál? ¿Hacienda? —a Knekro le tembló la voz al decir ese nombre.

            —No, más grande aún, se trata de…

Un chaval con pinta de llevar más años en la heroína que en el LoL interrumpió a Ibai antes de que terminara la frase.

            —¡Vosotros mismos!

            —Tu puta madre Eros —Ibai estaba enfadado, no le gustaba que se le adelantaran.

            —Barbe se muere al final —dijo el leaker, antes de desaparecer.

            —¿Qué? —Barbe se había distraído mirando unos caracoles, y reaccionó al escuchar su nombre. Empezó a reír— ¿Habéis visto esos caracoles?

            —Decía que ahora tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos, ese es el auténtico enemigo final.

            —¿Cómo en una metáfora de que las barreras más difíciles de superar son aquellas que nosotros mismos nos imponemos? —pregunté, tratando de dar profundidad a la historia.

            —No —respondió secamente Ibai—. Como en un negocio en el que fusionas tu empresa con otra y sale regular. Tenemos que arreglar esto. Y si no lo arreglamos, aquí no cobra nadie.

            —La lealtad es mi bandera —se apresuró a decir Knekro—, destruiremos a ese último enemigo.

Y así cinco guerreros,

afrontaron la batalla,

“spoileados” por el Eros,

ese cabrón nunca falla.

            —¿No falla en qué? —preguntó Barbe.

            —Nada hombre, tú no te preocupes —Ibai se centró en lo importante—. Venga, a enfrentarnos con nosotros mismos, la batalla más épica de todas.

            —¿Y eso cómo se hace? —Knekro estaba empezando a sospechar que era una estratagema para no pagar; cuanto más lo pensaba, más claro le parecía, porque es lo que él habría hecho — Esto huele rarete eh…

            —Enfrentarse a uno mismo es algo muy complejo —Ibai puso un tono místico—. Es necesario elevar la mirada entre la realidad y el infinito.

            —¿Y después qué? —A Barbe le molaban estas mierdas trascendentales.

            —Después… resurgir. Repetid conmigo: “El mito del Ave Fénix ha seducido a diferentes civilizaciones de todo el planeta con su símbolo de esperanza, aplomo, memoria y renacer, un animal milagroso y espiritual que siente la muerte y la prepara con mimo y serenidad para después resurgir de sus cenizas incólume y vigorosa.”

Ibai comenzó a repetir la letanía una y otra vez, mientras a cada repetición se le sumaban más voces. Al cuarto recitar, un coro intangible e inabarcable resonaba en la atmósfera, y aunque todas las voces se presentaban como una, era posible distinguir entre ellas matices peculiares: la de un sevillano muy majete que tuvo el detalle de hablar de uno de mis libros anteriores (grande KOI Sevilla), la de Sergio 1º de Ferraz, rey de las pistolitas, guardián de los dolores, titán de la ilusión… y si escuchabas con atención, podías reconocer incluso las voces de algunos jugadores que aún tenían contrato con otros equipos. El sonido era tan denso que comenzó a rasgar el tiempo, e hizo temblar la realidad, como si fuera un espejo en medio de un terremoto, hasta que esta se resquebrajó, estallando en cientos de imágenes del mismo momento. Aquellos que éramos uno, pasamos a ser incontables. Las voces se multiplicaron. Los cuerpos también. El grupo se convirtió en hinchada, en afición. Ahora el sonido ya no era homogéneo, había cánticos y ruido, alabanzas e insultos, palabras y berridos. Esta disonancia hizo que las voces dejaran de ser importantes, porque ya no nos unían a todos… ahora estábamos unidos por los ojos, puesto que todas las miradas se dirigían al mismo punto: La Grieta a la que nos había trasladado Ibai, en donde se presentaba la batalla final. El hombre contra sí mismo, contra sus éxitos y sus fracasos, contra una ilusión que puede ser sueño y pesadilla al mismo tiempo.

En la toplane, como no podía ser de otra forma, estaba Ibai, y frente a él, dispuesto a pelearle la línea, un hater, atento a cada error, dispuesto a castigarlo en busca de un buen trade. La jungla fue el terreno que le tocó cubrir a Kuentin, y como no hay mayor jungla que el chat de Twitch, su némesis no podía ser otro que un infatigable fan de G2 dispuesto a sacarle de sus casillas, a hacerle perder la concentración para desviarle del pathing que conducía al éxito. En medio estaba Knekro, y como Knekro le cae bien a todo el mundo, no tuvo que enfrentarse a una persona, sino a una idea; una montaña de oro defendía la torre central del lado rojo, apetecible y esquiva, brillante y sucia. En la línea inferior, Barbe y yo nos medimos contra la decepción, encarnada por dos triunfadores cualesquiera; su tirador, lleno de reconocimiento, enfrentaba los miedos de Barbe; el support, repleto de trofeos, ponía a prueba mi necesidad de lograr resultados como equipo. Tras un breve careo, empezaron las hostias, y ahora sí, preparaos para la épica.

Los primeros minutos fueron un careo inocente, una toma de contacto en cada línea. El hater insultaba a Ibai, que hacía oídos sordos y se dedicaba a farmear; los junglas ni se vieron; en medio, Knekro le ponía ojitos al montón de oro sin llegar a tocarlo; y en la parte inferior, Barbe y yo nos sentíamos con la confianza necesaria para enfrentar una nueva decepción. Pero una vez transcurrido ese momento inicial de tranquilidad, llegó la hora de que cada uno mostrara sus cartas, y nuestra mano no era muy buena.

El jungla enemigo invadió nuestro territorio al grito de “así no se junglea, no tienes ni puta idea” y cuando Kuentin miró para responder y explicar el porqué de su pathing, le robaron la rana, el lobo grande y los pantalones. Kuentin se quedó gritándole a los lobos pequeños, fuera de sí, completamente desquiciado, lo que privó a nuestro equipo de cualquier posibilidad de Gank.

En la parte de arriba, el hater consiguió invocar un charco de barro a los pies de Ibai, y este, demasiado confiado, pensó que no pasaba nada por pelear ahí… las tres mil voces del hater atacaron a Ibai a la vez, con la técnica del mosquito: parece que una picadura no hace nada, pero tres mil te joden la vida. Ibai no tardó demasiado en caer derrotado entre el barro, y en sus ojos el brillo de la pasión dejó paso a un vacío resignado, la mirada triste del hombre superado.

En la línea inferior, su tirador lanzaba dardos con notitas, mientras el apoyo se limitaba a lanzarnos sus trofeos a la cara. El primer dardo que impacto sobre Barbe decía “¿Tu quien eres?” (no es una errata, es que el muy imbécil no ponía tildes); el segundo llevaba el mensaje de “ahhh el amigo de Ibai”; y el tercero, un demoledor “no, en serio, ¿quien coño eres?” Barbe miraba al suelo y se reía, pero ni siquiera apuntaba con sus armas, había perdido las ganas de luchar… y el puto support no fallaba ni una, me daba en la cara con todos los trofeos que arrojaba, mientras yo miraba con impotencia mis manos vacías, deseando tener algo que tirarle.

Mientras, en medio, Knekro empujaba la línea y se acercaba con cautela al montón de oro. Cuando los minions comenzaron a asumir los golpes de la torre, el oro quedó indefenso, más que indefenso, quedó incluso vulnerable, y Knekro pensó que recogerlo sería un acto de bondad, para que ningún desalmado se lo llevara. El padre de todos comenzó a llenar sus bolsillos con las monedas de oro, a dos manos, en un frenesí de codicia que haría enrojecer a cualquier streamer de slots, y cuando tuvo todo el oro en su poder, comprendió la trampa: el oro pesaba tanto que ahora era incapaz de moverse, y cuando la torre acabara con los minions, él sería el siguiente. Por suerte, el cabrón del abuelo es sorprendentemente ágil, y fue lo suficientemente rápido como para desprenderse de casi todo el oro a tiempo de esquivar la trampa. Se quedó mirando la torre desde la distancia suficiente como para estar a salvo, y contempló el suelo repleto de todo el oro del que le habían obligado a desprenderse. Comprobó que aún le quedaban algunas monedas en el bolso y una sonrisa de malicia adornó sus labios: “Ahora sí que me habéis tocado los cojones de verdad”.

En un frenesí descontrolado, Knekro comenzó a moverse de un lado al otro del mapa, como si fuera caps pero con las manitas de Nissaxter. Al llegar a top se encontró con Ibai hundido en el barro, casi deprimido, mientras el hater se reía sin parar.

            —Tú, espabila —ordenó Knekro, autoritario—. El medio mierda este no te va a joder el día.

Ibai recuperó algo de firmeza en la mirada, y eso se trasladó a las piernas, que comenzaron a enderezarse formando poco a poco una de las figuras más temidas por el ser humano, la de un vasco cabreado. Cuando, finalmente, estuvo completamente erguido, Knekro sacó una de las monedas de oro de su bolsillo y la arrojó al suelo, a un par de metros del hater; este, se tiró al suelo a por ella.

            —Son todos iguales —dijo Knekro, manteniendo la sonrisa—. Mucho criticar, pero se arrastrarían al infierno por unas migajas.

Lo que Ibai hizo con el cuerpo de ese pobre desgraciado, es algo que no me atrevo a describir; baste decir que después de morir y reaparecer en la fuente, el hater llamó a su madre y se puso a llorar.

            —Venga, vamos a ayudar al resto —dijo Knekro, que comenzaba a bajar por el río.

            —No. Voy a esperar a que vuelva y le voy a dar otra paliza.

            —¡Oye! El resto del equipo nos necesita, están más perdidos que El Xocas en un partido amistoso, y tú eres su líder… déjate de mierdas personales y haz tu puto trabajo.

Ibai miró a Knekro furioso y contrariado, pero la firmeza en el rostro de Knekro no daba lugar a la réplica.

            —Tienes razón, vamos a por el resto.

Cuando Ibai y Knekro se introdujeron en su propia jungla, se encontraron con Kuentin gritándole a una piña.

            —¡Claro! Sois todos muy listos… ¡MUY LISTOS! Pero el que lleva aquí partiéndose la cara los últimos años soy yo, y nunca os veo cuando acierto, solo aparecéis cuando creéis que me equivoco —Pateó a la piña y llegó de un salto al otro lado del muro—. Y remarco lo de creéis, porque la mayoría no tenéis ni puta idea, pero como hablar es gratis…

            —¿Con quién coño hablas? —Ibai cogió a Kuentin del brazo para que se calmara— Tenemos una partida que ganar.

            —Pero es que…

            —Ni peros ni peras —interrumpió Knekro, haciendo de padre—. O te calmas y haces lo tuyo, o te vas a tu puta casa.

Hasta ese momento, el tío del chat había estado disfrutando del espectáculo oculto en un arbusto, pero al ver la situación, no pudo evitar intervenir.

            —Estáis perdiendo experiencia, los tres juntitos ahí, con las oleadas estampándose. Vaya panda de noobs.

Aún no había cerrado la boca cuando le cayó la primera hostia. A mano abierta, porque Kuentin se había criado en un buen barrio, pero aun así fue suficiente para dejarle el labio temblando un ratito. El rostro de Kuentin cambió por completo, era todo sonrisa.

            —¿Ya está? —dijo Ibai, que esperaba más jaleo.

            —Yo ya estoy bien —respondió Kuentin—. Solo necesitaba vuestro apoyo para recuperar la confianza.

            —Y darle un tortazo al del chat.

            —Sí, eso también. Un tortazo metafórico.

            —Metafóricos mis cojones —dijo el del chat—, que me has partido el labio. Tú eres una figura pública, no tienes derecho a…

Pero ninguno de los tres hizo caso al chaval, porque habían comprendido que solo quería provocarlos, y si lo ignoraban le privaban de su poder.

            —¿Cómo va la botlane? —preguntó Kuentin, aún sonriendo.

Cuando llegaron a la línea inferior, a Barbe le quedaban cuatro pelos. Estaba sepultado entre notitas en donde podían leerse cosas como “nadie te respeta” o “no te miro ni en persona”. En un primer momento, la intención del grupo fue levantarlo a pulso y echarle una buena bronca por dejarse enredar de esa forma; pero Ibai los detuvo, se agachó junto a él, y comenzó a hablar en su tono más amable.

            —¿Qué pasa, tío? ¿No sabes que nada de eso es verdad?

            —Bueno… hay días que sí y días que no, y mira, hoy me ha tocado los cojones, es lo que hay —Barbe tenía la vista clavada en el suelo, en una de las notitas que decía “no te mereces lo que tienes”.

            —¿En serio le vas a hacer caso a este gilipollas? Precisamente tú, que llevas conmigo desde el principio, que esta historia comenzó contigo, como no podría ser de otra forma… Nada de esto existiría sin ti. La gente ve el palacio en el que vivimos ahora, pero no saben que hace años, cuando había que echarle cemento a los cimientos, eráis tú y pocos más los que estabais allí.

            —Estamos hoy muy metafóricos —intervino Knekro—. Lo que hacéis por no currar.

            —Pero es verdad —continuó Ibai—. Ahí estaba Barbe, con el mono de trabajo y la pala, haciendo la mezcla, esperando a que secara, repartiendo el cemento y alisando, con las mangas recogidas, los tatuajes al sol, sudoroso…

            —Esto está empezando a ser incómodo —Barbe se levantó—. Entiendo lo que quieres decir, tienes razón, soy tan importante y valioso como tú.

            —Bueno, tampoco te calientes —Ibai le puso la mano sobre el hombro—. Eres tan importante y valioso como tú, eso es mucho más que suficiente.

Barbe desenfundó sus armas y se puso al rango necesario para poder acertarle al tirador rival, quien se ocultaba tras una máscara, dato que, convenientemente, no he revelado hasta ahora.

            —¿Es Jhin? —preguntó Kuentin.

            —No, solo un gilipollas enmascarado —respondió Barbe, antes de abrir fuego.

La primera bala no estuvo ni cerca de acertar, vale que estamos en un momento épico, pero tampoco hay porque mentir; la segunda bala impactó en la mano del rival, que dio un grito de pánico e inclino el cuerpo justo a tiempo de recibir la tercera bala en mitad de la máscara. Todos nos quedamos de piedra al comprobar que, el enmascarado, también era Barbe.

            —¿Eres tú mismo quien se dice todas esas mierdas? —Ibai miró a Barbe sin disimular cierto reproche.

            —Yo… no soy yo, creo que es como una imagen poética…

            —¡Estoy hasta la polla de las metáforas! —gritó Knekro, avanzando hacia la botlane rival, hasta que Barbe se puso en medio.

            —No, esto tengo que hacerlo yo.

Barbe cerró los ojos y empezó a repasar su trayectoria: los miles de casteos, los cientos de streamings nocturnos de HearthStone, los amigos que fueron uniéndose en el camino, las puñaladas esquivadas… y cuando se sintió con la confianza suficiente para continuar, el tirador rival desapareció.

            —Ya está, lo he derrotado.

            —Mucha tontería veo yo aquí —añadió Knekro, que estaba un poco enfadado porque esperaba grandiosas batallas y alguna waifu. Entonces reparó en mí, que había permanecido oculto en la rotonda de botlane, evitando que me lanzaran más trofeos a la cara, mientras lloraba—. ¿Y a este qué coño le pasa? Por cierto, ¿alguien sabe quién es este tío? Porque lleva aquí desde el principio y el hijoputa no hace más que insultar.

            —¡Todos tienen trofeos! ¡Todos menos nosotros! —grité desesperado— ¿Me prometéis que vamos a ganar algo? ¿Algún día?

            —Hoy vamos a ganar, ya ha llegado nuestro momento —dijo Ibai, con el pecho hinchado.

            —Más nos vale, ahora mismo quedamos cinco contra tres —señalé a la línea enemiga—. Ese Barbe muerto es el que decía Eros, ¿verdad?

            —Tú a ver si te quejas menos y haces algo, “espabilao” —dijo Kuentin, y todos nos pusimos en marcha hacia la línea central.

Al llegar a medio, esperábamos encontrarnos solo con el hater, el del chat, y el cabrón que me lanzaba los trofeos, por lo que nuestra idea era aprovechar la ventaja numérica para empujar, asediar las torres, ir ganando terreno y llegar hasta el nexo, un plan sencillo pero efectivo; excepto por el hecho de que al llegar allí había unas cincuenta personas defendiendo la torre: un montón de copias del hater, que era como Wukong pero hasta el culo de cocaína; el del chat había traído a unos colegas para hacer copy/pastes; el de los trofeos se bastaba solo, porque de verdad que cualquiera tenía muchos más trofeos que nosotros (cara triste); y además se había unido algún espontáneo, como el_yuste, que solo hacía su trabajo pero tocaba bastante la polla.

¿Creéis que eso nos detuvo? Pues sí, nos paramos en seco. Pero solo un instante, antes de que Ibai sacara su espada y cargara contra ellos con los ojos cerrados mientras gritaba “¡A cabezazos, si hace falta, a cabezazos!”. Nuestro líder fue el primero en introducirse entre la marabunta de enemigos, blandiendo su arma con más ímpetu que gracia, y derribando a cuantos oponentes se cruzaban con su acero, mientras Kuentin, justo detrás de él, le cubría las espaldas para que no recibiera ningún golpe inesperado. Juntos, eran un torbellino de destrucción, arrasadores e inalcanzables, como T1 en el mundial. Desde la distancia, Barbe repartía plomo a diestro y siniestro, en un frenesí de violencia que hacía imposible distinguir los zumbidos del arma de las carcajadas de su portador, mientras regaba La Grieta de agujeros, porque la mayoría de las balas no le daban a nadie. De hecho, una le dio a Kuentin. Pero aun así, disparó tantísimo, que por poco que acertara, causó varias bajas entre los enemigos. Por su parte, Knekro cogió el carrito y empezó a sacar un montón de productos, y a cada enemigo que quería atacar, le colaba un anuncio en la puta cara, para que se perdiera la acción y no pudiera ver nada, mientras el resto de nuestro equipo los acribillaba. Yo, al principio creía que no podía hacer más que aplaudir y disfrutar de la escena, pero pronto me di cuenta de que mi apoyo era necesario, y comencé a echar una mano donde podía, aplicando mis habilidades allá donde consideraba necesario. La batalla pronto se inclinó a nuestro favor, pero los rivales no habían dicho su última palabra.

Los enemigos se agruparon bajo la torre, y todos a una, comenzaron a lanzarnos primes al grito de “¡es nuestro dinero, bailad para nosotros!”, mientras unos pocos flanqueaban por el río y nos gankeaban para pedirnos fotos; bueno, a mí me pedían que hiciera las fotos. Esta estrategia nos llenó de dudas, era un tipo de adulación agresiva, algo como lo que debe sentir una mascota a la que le ríes las gracias, le acaricias… pero luego le pides que te de la patita, y si no lo hace, te enfadas. Estaban todos pidiéndonos que les diéramos la patita, y nosotros lo que queríamos era lamernos los huevos.

            —¿Qué hacemos? —dijo Ibai. Se le notaba abrumado, no esperaba una ofensiva de este tipo.

            —¡Son los mismos! —gritó Knekro— ¿Es que no lo veis? ¡Son los mismos, la misma mierda! Los que insultan por la cara, los que te adulan sin ningún motivo… ¡La misma mierda! ¡Pelead!

Las palabras del viejo hicieron efecto, y nos dispusimos a pelear, pero les habíamos dejado acercarse demasiado y ahora nuestra posición estaba comprometida, no teníamos espacio para maniobrar. Poco a poco nos fuimos encerrando en el pasillo de los picuchillos, con Ibai y Kuentin manteniendo a raya a aquellos que intentaban asaltarnos de frente, mientras Knekro, Barbe y yo defendíamos la retaguardia… pero eso no podía durar mucho; afortunadamente, no hay mala historia sin su Deus ex machina, y el nuestro fue la aparición de un apoyo inesperado.

            —Ey Youuuhhh

            —¿Skain? —Knekro parecía irritado— El que faltaba, tú. ¿Qué coño haces aquí?

            —Quería salir en la peli, ¿puedo hacer algo?

            —Échanos una mano aquí —Ibai jadeaba, agotado—, puede que con tu ayuda recuperemos algo de terreno.

            —Hostia, eso es mucho curro, ¿no? Yo es que he quedado.

Skain se fue por donde había venido, pero algunos de nuestros atacantes se fueron tras él, porque era una presa mucho más fácil, y los memes se hacían solos. Fue suficiente para coger el aire que necesitábamos, reagrupar nuestros esfuerzos en una única dirección, y salir de nuevo a terreno abierto, en donde la ventaja era nuestra. Aun así, eran demasiados, y nuestras manos empuñaban más dudas que armas.

            —Chicos —Ibai puso un tono solemne y sacó una pizarra del carrito de Knekro, en donde empezó a escribir—, necesitamos un plan. Barbe puede quedarse limpiando aquí en línea, evitando el avance enemigo, mientras el resto preparamos una emboscada final. Knekro y… tú —me señaló—, no sé cómo coño te llamas, podéis bajar por el río hasta rodear el azul de su jungla, y esperar agazapados junto a la entrada de medio; Kuentin y yo haremos lo mismo por la izquierda, rodeando el rojo y esperando al otro lado… entonces, cuando estemos en posición, Barbe empuja la línea con todas sus fuerzas y mientras están todos juntitos en su torre, atacamos a la vez, al bulto.

            —Eso no va a funcionar —dijo Knekro.

            —No —confirmé.

            —Vamos a morir todos —intervino Barbe.

            —Yo soy más de ir por la derecha —añadió Kuentin.

Ibai agachó la cabeza, frustrado, y permaneció en esa posición unos segundos, hasta que Knekro retomó la palabra.

            —¡Lol con cojones, coño! —gritó—. Barbe y el otro, subid al carrito. Kuentin e Ibai, agarrad la parte delantera del carro con una mano, y en la otra mantened firme la espada. Yo me encargo del resto.

Como era un vendedor nato, nos convenció con solo decirlo, y todos hicimos lo que dijo. Cuando estuvimos en posición, Knekro se puso a los mandos del carro, y comenzó a avanzar lentamente, mientras Barbe soltaba alguna bala tímida, yo le daba ánimos, y nuestra vanguardia repartía espadazos al aire. Pero Knekro tenía un plan, y en cuanto estuvo a una distancia que consideró oportuna, embistió contra el grupo enemigo, y al abrir sus filas, comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, haciendo girar a la vez el carrito, y con ello a todos nosotros. Las espadas de Kuentin e Ibai impactaban a destajo contra los cuerpos rivales, mientras Barbe disparaba en ángulos de trescientos sesenta grados, creando un caos maravilloso en donde los enemigos no tenían forma de atacar, e iban cayendo irremediablemente, como la fanbase de Bisons. Tras unos segundos ejecutando esta estrategia La Grieta quedó completamente limpia de rivales, y una preciosa silueta femenina de rasgos orientales llegó desde el río para felicitarnos.

            —Jijiji Knekro… —dijo, con su dulce voz.

Knekro se la llevó a unos arbustos para contarle que no podía hacer nada con ella porque estaba muy enamorado de Marta. Tardó media horita en explicárselo, y al volver, exclamó:

            —Así sí, coño. Venga, tiramos el nexo y a casita de una puta vez.

            —¿Entonces tenemos trato? —pregunté— ¿Te ha gustado la forma de resolver el conflicto?

            —Cállate hombre —dijo, incómodo—. No lo jodas ahora, ya hablamos cuando acabe la historia.

Y nada, pues tiramos el nexo, salimos de La Grieta, y ahora éramos un equipo más que nunca y bla bla bla, todos felices y contentos.

Epílogo

            —¿Me vas a pagar o no? —Le dije a Knekro, algo tenso.

            —No sé, tampoco me has dejado muy allá —respondió, remoloneando—. Y te has metido con un montón de gente, yo no te he dicho que insultes a media comunidad.

            —Era para resaltar más tu figura —repuse, justificándome.

            —¿Comparaste a Juan con una farola? Juan es colega mío, no me gusta un pelo que te pases así. Además, ¿tú te has visto? Con la perilla de faraón que me llevas, y esos pelos de escayolista, anda que estás para meterte con nadie. Y lo de la waifu ha quedado forzado de cojones, entre otras cosas, pensé que eras mejor escritor. Me has decepcionado un poco, la verdad.

            —¿Decepcionado? ¡Venga ya! Nadie se ha olido el pastel, me juego los huevos a que nadie sabía que todo esto era cosa tuya. Pero mantener secretos implica hacer sacrificios en la trama. Y he hecho todo lo que me has dicho: nada de jugadores, todo el protagonismo a los creadores de contenido, ni un puto chiste sobre gachapón, meter un palo a TheGrefg aunque no tenga mucho que ver con esto… Además, soy escritor, y como todo el mundo sabe, los escritores no podemos dedicarnos a escribir o moriríamos de hambre. Tengo otros siete trabajos para hacer un sueldo.

            —Te has metido hasta con Champi —respondió, ignorando mis argumentos—, con su ropa, y con la de Future… que te he visto eh, que tú solo vistes de negro, tienes el mismo fondo de armario que mi sombra, ¿qué cojones haces metiéndote con los demás? Que no hombre, que no. Que esto no es lo que habíamos acordado. Además, al final de la historia nosotros tampoco hemos cobrado, ¿con qué dinero te voy a pagar? Si es que te has dejado un montón de cosas por el camino: lo de ir comprando ítems, lo de La Convergencia, lo de meter a los franceses para rellenar… no te pienso pagar; de hecho, igual te cobro derechos de imagen por usar mi nombre y tal.

            —¿CÓMO?

            —Mira, vamos a hacer una cosa. ¡Si la historia aún no ha terminado! ¡Ahora viene lo bueno! Tú sigue escribiendo y ya echaremos cuentas otro día.

Un coche hizo sonar el claxon unos metros más allá.

            —¡Venís o qué! —gritó Ibai, desde la ventanilla trasera —Tanto puto secretito.

Knekro y yo nos acercamos al coche, y al llegar, Elyoya se asomó por la ventanilla del conductor.

            —Venga, se acabaron las caminatas y los caminos de tierra entre ríos y bosques. Ahora estáis conmigo, vais a saber lo que es viajar en coche por la autopista.

Yo me senté rápidamente de copiloto, quedando los tres asientos de atrás ocupados por Kuentin, Ibai y Barbe.

            —¿Y yo dónde coño me siento? —exclamó Knekro.

            —Tú al maletero —respondí, enfadado.

            —¿Y eso por qué?

            —Porque la historia la cuento yo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *