La isla de las historias

Ya que mañana es el día del libro, os dejo un pequeño relato que tiene cierta relación y que nace a partir de la imagen del final:

El buen pescador, pesca de noche. Algunos peces son muy curiosos, y si apuntas una linterna contra el agua, como si fuera una luna pequeñita, ellos no pueden evitar acercarse para ver semejante prodigio; casi puedes cogerlos con las manos desnudas. Pero a veces sucede que cuando el pescador engaña a la naturaleza, esta se venga en forma de tormenta, y así es como terminé naufragando con mi barquita de remos, hasta amanecer inconsciente en las orillas de la Isla de las Historias. No sé si se llama así, pero tampoco había ningún letrero.

Allí es donde descubrí que todos los grandes escritores son unos impostores, porque dicen haber creado historias maravillosas, pero en verdad yo sé que solo eran pescadores que naufragaron y llegaron hasta esa isla. Lo sé, porque allí encontré a los grandes personajes de la literatura, viviendo tranquilos sin la presión de que los imiten, los reinterpreten, o los vendan. Pude ver al Quijote cabalgando de un lado para otro buscando a Dulcinea, que de aquellas ya estaba liada con Harry Haller; a los personajes de Shakespeare enormemente frustrados porque querían llorar su tragedia por las esquinas, pero no había esquinas; a Gregor Samsa que cada día se despertaba convertido en un bicho diferente… y hasta al Principe Myshkin que allí, por estar tan alejado de su querida Rusia, ya no era príncipe, pero seguía siendo idiota.

Yo, que soy más artesano que artista, decidí que mejor que inspirarme en esos pobres diablos para escribir una historia, podría vivir una; fue así como comencé a explorar toda la isla, hasta llegar a los terrenos de donde se han robado las historias fantásticas y las infantiles; en ese lugar todo estaba vivo, no solo vivo, estaba personificado… Conocí a una tortuga filósofa que andaba buscando a un tal Momo, a un elefante de orejas enormes que me sonaba de algo, y hasta una compañía de ballet formada por enseres de cocina; pero lo mejor de todo fue que conocí el amor, al sentarme a descansar bajo una preciosa haya, y pasarme horas y horas hablando con ella. Una cosa llevo a la otra, y bueno… sí, soy yo, el verdadero padre de pinocho.

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