Un instante de paz

El pasado palidece y se camufla entre el olvido de mi mente, y las historias que fueron Madrid, se convierten en un barrio pequeño, una casa abandonada, o una habitación vacía. Desaparece así la alegría, pero también convierte el dolor en algo esponjoso, frágil, casi acogedor… y es ahí donde radica la sorpresa de este ejercicio imposible, el enajenado placer de escribir sin pensar, como si hablara de otro, como si haciendo memoria sobre mí mismo volviera a convertirme en aquel niño que no se sabía la lección, e improvisaba ante la severidad del maestro, devolviendo como única respuesta su mirada de azúcar, simple, exculpatoria. Incluso el bolígrafo huye de estas manos solitarias, cobra vida por sí mismo, y lo observó derramar su tinta ante mí como quien despojado de todo conserva únicamente un par de cosas: en el bolsillo un pensamiento de otra persona, y en el mar su lamento para que suene lejano, ajeno; y así la tormenta, la tormenta eterna que nunca cesa, que se ve igual que hace unos días, hace unos años, o hace unas vidas, se esconde entre metáforas, y por un instante, desaparece.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *