Una anécdota
Carla miraba con los ojos como platos, mientras T intentaba ignorarlo, aunque no podía evitar sentir gran repugnancia tan solo con escuchar los sonidos que salían de aquel lugar.
—¡Pero que es una gallina! —Carla golpeó con fuerza los tablones sueltos del granero, entre los que veía la desagradable escena.
—Vamos, Carla —T intentaba arrojar el lazo de su voz sobre la joven, aunque a él mismo le costaba avanzar ignorando aquella situación.
—¡Deja a la gallina!
Carla sujetó con fuerza uno de aquellos tablones sueltos, lo combó y empezó a dar rodillazos sobre el punto en el que se separaba del resto de las piezas que constituían la pared; entre gritos y golpes, escuchó crujir la madera, y entonces tiró con más fuerza del tablón hacia abajo, hasta que consiguió retirarlo.
El hombre que estaba dentro del granero se asustó; hasta ese momento, tan concentrado en su empeño, había ignorado los gritos de Carla sin darse por aludido… pero al verla retorcerse entre la madera para entrar, gritando mientras le miraba con una clarísima expresión de asco, el tipo se sintió realmente amenazado, tanto como para soltar a la gallina y subirse los pantalones, para sentirse más protegido. La gallina salió huyendo despavorida, dando vueltas por el granero en busca de una salida, mientras aleteaba nerviosa.
Finalmente, Carla consiguió introducir su cuerpo por el agujero que había hecho en la pared, y en cuanto pudo pisar con ambos pies la arena mezclada con paja, salió corriendo hacia el hombre, que la miraba sin entender nada. T asomó por el hueco de la pared, tuvo que apartarse por un instante para que la gallina, en su huida, no le pasara por encima, y al volver a mirar dentro vio como Carla embestía a aquel hombre con todas sus fuerzas, derribándolo de un empujón. Una vez en el suelo, empezó a darle patadas en torno a la cadera, buscando una parte muy concreta que el hombre trataba de proteger arrugándose contra el suelo.
—¡Es mi gallina! ¡Ay! ¡Cómprate tú una! —El hombre gritaba y se quejaba mientras pataleaba en el suelo, y esto solo conseguía enfadar más a Carla.
T hizo un pequeño intento, pero era evidente que no cabía por el agujero que había hecho Carla. Tiró del siguiente tablón con todas sus fuerzas, hasta que consiguió que cediera, y también entró en el granero, para dirigirse con calma hasta el punto en donde tenía lugar la reprimenda; no le molestaba que aquel hombre se llevara un par de patadas de más.
—Carla —T puso su mano sobre el hombro de la joven, y esta le miró, molesta—, ya es suficiente.
Carla respiró profundamente y dedicó unos segundos a mirar a aquel tipo, hecho un ovillo en el suelo.
—¡Kikiriki! —Carla se agachó y volvió a gritarle en la cara, antes de darle una última patada en el pecho— ¡Kikiriki!
—¿Qué haces? —T estaba entre confuso y divertido.
—Esa era de parte de la gallina. Es lo que habría querido.
Dejaron al hombre tirado en el suelo, y echaron un vistazo alrededor para buscar la salida; Carla señaló la puerta de madera, cerrada desde dentro con un poste.
—Como quite el palo ese, se lo planto en la cabeza.
T comenzó a andar hacia el agujero en la pared, y Carla le siguió sin mirar atrás. Siempre recordaría aquel granero como un pequeño mundo horrible, dentro de un mundo no tan malo.