Y al tercer día, resucitó.

  1. Primer día

      Un cuarto casi vacío, la ventana entre abierta, y nuestro hombre sentado en la cama, con los codos sobre sus rodillas y las manos sujetando el mentón, iluminado por la oscuridad de una noche cualquiera. El aire que entra a hurtadillas a través de las cortinas agita las hojas de una libreta que descansa sobre el regazo de su dueño, y las palabras que contiene bailan una danza tan confusa como su significado. Entre sus pliegues, se dejan leer:

Siento el roce de presencias que me mienten,

junto al golpe de verdades que me engañan;

miento al viento, y a su risa de demente,

cuando engaño a las pasiones que me dañan.

      La oscuridad llega a su zénit, y entonces comienza a debilitarse. Aparecen las primeras luces de un viejo día, atravesando sin piedad el vacío que les pertenece. Otra noche sin dormir, otro día que nace muerto. Carne y hueso se levantan de la cama, mientras el alma sigue acostada, y la rodilla izquierda está a punto de ceder. “Tengo que comer algo” piensa de forma mecánica, y se dirige a la cocina en busca del sustento que le permita morir más despacio. “Joder, no hay nada, qué desastre.” Ahora debe ponerse algo de ropa decente, salir a la calle, y enfrentarse a las miradas de aquellos extraños ante los que no logra hacerse comprender. Se siente culpable ante ellos, no soporta el contacto de sus ojos huecos. Les odia, y se odia por ello.

—Buenos días, quería una barra de pan, por favor —Es Domingo, acostumbra a comprar en el supermercado, para no tener que hablar con nadie, pero está cerrado. Las palabras, emitidas con voz apagada, agrietan su garganta. Sangra por dentro.

—¡Buenos días! —La dependienta de la panadería se gira con gracia en busca de la mercancía reclamada, y nuestro hombre, en un acto reflejo, gobernado por lo ingobernable, enciende sus ojos. Frente a él, de espaldas a la mesa en la que se atiende a los clientes, un espejo instalado por el dueño anterior para asegurarse de que no le robaban mientras se daba la vuelta, le observa de forma severa. Contempla las dos imágenes, ligadas por la necesaria casualidad: Ella tiene una larga melena de un negro intenso y absorbente; él, el pelo corto y casi descolorido. Ella tiene el rostro blanco y brillante, con el reflejo de una luz primigenia; él, marchito y sombrío. Ella es pasión, fuerza, aliento de vida; él, pierde todo con cada latido.

—¿Quieres algo más? —Sus ojos le iluminan. Grandes, negros, profundos…

—Ehh… no, gracias. ¿Cuánto es?

—70 céntimos. ¿Eres de por aquí? Es la primera vez que te veo —Labios carnosos, voz dulce y suave. Sonríe aguardando la respuesta, y unos pequeños hoyuelos adornan sus mejillas de cristal pulido.

—Aquí tienes. Sí, pero… no compro mucho pan —“¡Imbécil! Cállate, no digas más tonterías, no sabes hablar. Las palabras te traicionan, siempre lo hacen.”—.   Adiós —“Huye, huye que eso sí sabes hacerlo”

—¡Hasta otra! —Mirada confusa, sonrisa de lástima — Qué tipo tan raro — susurra, al quedarse sola en la tienda.

      De vuelta hacia casa siente un nudo en el pecho que asciende hasta la garganta; acelera el paso. Cierra apresuradamente la puerta, arroja la barra de pan sobre el suelo del pasillo, y rompe a llorar. No sabe por qué, y no necesita saberlo, solo quiere llorar. Da vueltas por el pasillo, aprieta los puños, y se encara con el espejo del recibidor para enfrentarse a la imagen de su rostro inundado. “Eres fuerte” se dice, y consigue contener las lágrimas durante algunos segundos, pero se abren paso de nuevo. “No te mientas, joder, no te mientas… ese ha sido siempre el problema. Deja de mentirte de una puta vez.”

2. Segundo día

      Ya es de día otra vez. Un vacío en el pecho saluda su despertar, oprimiéndolo contra las sábanas, e impidiendo que se levante. Vuelve a llorar, y ante la confirmación de su victoria, el vacío se relaja… ya atacará más tarde. “Por lo menos he dormido algo” piensa, mientras se lava la cara. Al terminar, se mira en el espejo, y siente como la ansiedad le recorre de nuevo “Para”, atraviesa el corazón y envuelve su garganta “Para, joder”. Sus ojos agrietados le observan confuso “¿Qué cojones me pasa? Este no soy yo, ¿Dónde estoy? ¿Dónde me he ido?”. El dolor se convierte en rabia, grita en sollozos silenciados, agarra con fuerza el lavabo como si fuera el culpable de todo; “Si ya no existo, tal vez lo mejor sería…” la rabia se reconoce, se asusta de sí misma, y relaja la musculatura “Cobarde, no vales para nada”. No quedan más que atisbos de rabia, casi toda la energía ha mutado en resignación, y esto le ahoga de nuevo “¿Por qué?”. La mirada se apaga, el llanto se relaja, y observa sus manos enrojecidas “No son mis manos”, después sus piernas temblorosas “No son mis piernas”, y por último, su rostro quebrado “¿Estás ahí? ¡Dime! ¿¡Estás ahí!?”. Se busca en los ojos de su imagen reflejada, pero no hay nada, y entonces lo entiende: “Te has convertido en uno más. Te has dejado marchar.” La resignación se agita, incómoda, algo le hace arder “No, me siento, vaya si me siento, soy yo quien se derrama buscando una salida, no esos ojos de plástico”.  Miles de recuerdos le invaden, viejos sueños que habían sido desterrados reclaman, con las pocas fuerzas que les quedan, la justicia que se les prometió. El vacío se asusta, está perdiendo a su presa y se revuelve furioso con sus garras afiladas “¿Dónde te llevaron esos sueños? Pies descalzos y caminos llenos de alfileres, el laberinto de torturas cuya única salida era saberse preso, aceptar el dolor, acostumbrarse a él… ¿Quieres pasar por lo mismo otra vez?”. Duda, quiere abandonarse y dejar de luchar, tal vez si lo hace consiga estar en paz algún día. Pero los sueños gritan, es ahora o nunca, no quieren morir “No te mientas, no te mientas, no te mientas… ni te traiciones”. Él los oye, los comprende, y los abraza… siente su presencia, un calor que había perdido. Le llenan de determinación, es lo que hacen los sueños, su único y exclusivo poder. La respiración se calma, su rostro se relaja y ofrece una nueva imagen, más parecida a aquella que él recordaba “Te veo, cabrón, te veo. Cuánto tiempo, vamos, sal de ahí.”

      Se viste y baja a la calle, necesita comprobar que el mundo que le alberga es real. Comienza a caminar en una dirección al azar, y agota el sentido sin encontrarse con nadie. Gira a la derecha, ante él una avenida atestada de coches que circulan sobre el cemento gris desgastado; observa las caras de los conductores, y ve más gris desgastado “Irán a trabajar”. Se siente solo, fuerte pero solo, real pero solo, vivo pero solo. Cruza la carretera y atraviesa un viejo puente de piedra que esquiva el río, dando paso a un parque lleno de jardines mal cuidados. Camina por la vía de piedra, no quiere destrozar más la hierba, y a lo lejos aparece una mujer con un niño de la mano. Se cruzan, la mujer parece no verle, sus gafas de sol apuntan al horizonte de un modo mecánico, como pretendiendo llegar antes que el cuerpo al que acompañan; pero el niño le mira con extrema curiosidad. Una sonrisa. Un gesto con la mano, saludando al desconocido que ha llamado su atención. Él devuelve la sonrisa, casi sin querer, y su mano se alza levemente. Un instante de vida, se siente menos solo. Al llegar al final del parque vuelve a girar a la derecha, y las hileras de casas bajas con aspecto descuidado invocan un tiempo que ya pereció. Un perro se acerca, es grande pero no transmite sensación alguna de peligro, juguetea entre sus piernas y le hace sonreír de nuevo. Alguien silba a lo lejos, y el perro desaparece entre las casas. Se esfuma junto al tiempo, meneando la cola, ajeno a su significado; no lo necesita. Un nuevo giro a la derecha “Volveré a casa por aquí, para no repetir el mismo camino”. Avanza y piensa, ahora no ve nada más que el ritmo marcial de sus playeras negras alternando posiciones: La que avanza queda atrás en seguida, y después vuelve a ponerse en cabeza, pero es siempre sobrepasada por su semejante, que sufre el mismo castigo, en un movimiento de desigualdad acompasada “Es extraño, no hay forma de avanzar sin dejar detrás una parte de mí, y luego la otra, y después la misma otra vez, a menos que…”. Se detiene. Alza la mirada, está frente a la panadería, y una mujer preciosa sonríe tras el cristal “Mierda, ahora tengo que entrar”. Entra.

—¡Hombre! Tú por aquí otra vez, ¿Me echabas de menos o qué? —Golpean sus palabras, mirada de seda.

—Ehh…Tal vez. O puede que solo haya venido a por pan, nunca lo sabrás —Sostiene la mirada, y finalmente ríe “¿Qué ha sido eso?”.

—¡Pero si tú no compras mucho pan! – Juega con su voz, su cara se divierte.

—¿Ah no? Dame cien mil barras —“¿Qué hago?”

—¡No tengo tantas! —Simula tristeza, se alegra entre dientes.

—Entonces solo una, pero que sea la mejor —Ella se gira riendo, él se olvida del espejo.

—Aquí tienes, la mejor —Una sombra de seriedad, pero pronto se agota—. Como me entere de que la usas para hacer sopas de ajo, te pegaré.

—¿La segunda vez que nos vemos y ya me amenazas? —Quiere parecer indignado, pero no le sale— No parecías tan peligrosa —“Idiota, idiota, idiota…”

—Tengo que parecer buena chica, o no vendría nadie a la tienda.

—¿Y ya te has cansado de disimular conmigo? ¿Tan segura estás de que volveré?

—De lo que estoy segura es de que no te vas a ir a ningún sitio todavía.

—¿Y por qué no? —Se crece, desafiante.

—¡Porque no me has pagado! – Ella se echa a reír, él se hace pequeño.

—¿70 céntimos verdad? —La mano no encuentra el bolsillo, siente que la cartera se ríe de él. La tienda se ríe de él. El mundo entero se ríe de él.

—Exacto, cuando compres el millón de barras te dejo pagar con tarjeta —Sonrisa serena, su mirada le calma, aunque no lo suficiente.

—Eran solo cien mil, supongo que un millón son demasiadas —Coge la barra y se gira hacia la puerta.

—Por cierto —su voz le reclama, se vuelve al instante—, me llamo Alba, ¿Y tú?

—¿Yo? Si tú eres Alba, puedes llamarme Noche —Abre la puerta.

—Me gusta, la noche siempre vuelve —se despide sonriendo— ¡Hasta mañana!

—¡Hasta mañana! —sonrisa forzada, la puerta se cierra tras de él.

      Camina hacia el portal, confuso, no sabe cómo se siente “El alba y la noche nunca se encuentran, pero Noche y Alba comparten el pan”.  Sube las escaleras, un vecino le saluda moviendo la cabeza “La vida y la muerte riendo se enfrentan, el baile del fuego a los pies del volcán”. Cierra la puerta de casa, deja el pan en la cocina “La luz y las  sombras anulan sus fuerzas, el gris intermedio esconde al charlatán”. Se tumba en la cama, está exhausto aunque no comprende por qué “El valor y el miedo navegan tinieblas; si no eliges bien, los dos vencerán”.

3. Tercer día

      Amanece, y Noche está en un parque, sentado sobre el césped, mirando al cielo. El Sol surge con timidez, como si tuviera miedo de iluminar las sombras equivocadas, pero su luz se impone por encima de todo lo demás “Qué bonita es”.  El frío de la noche se ha condensado en pequeñas gotas de rocío que brillan perlando un lienzo verde y sucio “Por qué llorará la hierba”, y las lóbregas y confusas siluetas que convertían el paisaje en ancestral esencia del miedo, ahora son vida que despierta, llena de color. Cierra los ojos y respira hondo, siente la asfixia de sus párpados “Vendas de carne, no volveréis a cegarme”. Se levanta, lleva años sentado entre la humedad y el frío, tiene las piernas entumecidas, pero no le importa. Camina a través de los árboles, los acaricia, nota su ruda aspereza y sonríe mientras arranca un trozo de corteza “Todos llevamos coraza. Coraza, coraza, coraza… se parece mucho a corazón. Las palabras siempre nos dan pistas, ¿Para qué sirve una coraza? Para proteger el corazón. ¿Y soñar? Soñar no se parece a nada”. Hace pedazos la corteza desprendida “Sueña tú también, arbolito”. Se acerca a escuchar el río que atraviesa el parque, y observa a dos pescadores que acaban de llegar al puente y se disponen a arrojar sus anzuelos al agua. Están hablando entre ellos, alegremente, pero Noche no logra entender lo que dicen “No hablan mi idioma”. Quiere ver su reflejo en el agua, pero está demasiado turbia, y apenas puede distinguir una borrosa imagen de barro Qué tonto, esperaba agua cristalina; en la vida las cosas no suceden como en las películas”.

      De nuevo en casa. Ayer durmió toda la tarde, y ha pasado la noche deambulando por la ciudad, recorriendo el camino que le condujera hacia un nuevo despertar; necesita una ducha. El agua caliente golpea su cuerpo, y después se desliza por él, acariciándolo con suavidad, hasta perderse en un remolino sin fondo aparente “A dónde irá el agua cuando pierde el sentido; a ese río mugriento en el que pescan los confiados”. Se viste, aún empapado “No te vayas, agua, acompáñame un poco más, penetra en mi piel, sé parte de mí”. Ya está listo, quiere verla, exige verla. Sale de nuevo a la calle.

      La panadería está cerca, pero el viaje es muy largo; camina despacio, no quiere que el sueño se agote todavía. Por fin llega frente a la puerta, y observa tras el cristal como Alba corre de un lado para otro, colocando la mercancía para atender a sus clientes “Acaba de abrir, y ya llega la noche”. Entra en la tienda.

—Buenos días Alba —Su voz suena a llanto, a súplica.

—¡Buenos días! —Ella está alegre, como siempre, sonríe y Noche se olvida de todo por un instante, pero solo un instante.

—Alba… ¿Tienes tú mis cien mil barras? ¿Cien mil días que nunca terminen? ¿Cien mil historias que me hagan olvidar el dolor? —Apoya sus manos sobre el mostrador, para dominar el temblor que le invade, y desvía la mirada aguardando la respuesta; no se atreve a observarla en este momento, no quiere recordarla así.  Se encuentra de nuevo con el espejo tras el mostrador, y se reconoce tal y como la última vez que se sintió vivo de verdad “Sí, este eres tú. Arrojándote al vacío, destruyendo todo lo que tocas”.

—Yo… —Voz triste y confusa, se apaga la luz— No puedo ofrecerte todo eso. Lo siento.

—No lo sientas, era evidente —La mira y sonríe “Aguanta”—  Perdóname, no sé en qué pensaba.

      Sale de la panadería en dirección a su casa, pero pasa de largo al llegar al portal “No volveré a encerrarme, eso es aún peor”. No sabe a dónde ir, así que camina recto “Que la vida decida por mí, yo no sé hacerlo”. Atraviesa cientos de edificios, y abandona la ciudad por un viejo camino de tierra olvidada. La mente en blanco, los ojos miran a ninguna parte; solo avanza llenando de polvo sus pies, un polvo ceniciento que apenas se distingue del hombre al que cubre. El camino discurre a través de viejas fábricas, tierras de labranza, antiguos bosques casi desaparecidos, y ruinas de ermitas que en algún tiempo remoto fueron centros de culto y hoy envilecen convertidas en madrigueras de roedores. El agua empieza a sonar a lo lejos, y Noche sonríe resignado “barro al barro… eres lista vida, eres muy lista”. El camino muere junto al río, y Noche cierra los ojos para escuchar su llamada con claridad a medida que se aproxima, disfrutando de un canto para él desconocido. Al sentirse cerca del agua, abre de nuevo los ojos, y se sorprende ante lo que allí le aguarda: No hay agua sucia, ni barro, ni pescadores, ni tan siquiera sueños… El agua cristalina fluye con fuerza, arremete contra las rocas en un vaivén de subidas y bajadas sin sentido, espumeando vigorosa y resurgiendo con decisión para seguir hacia delante; siempre hacia delante. Él observa el agua, sumerge sus pies para limpiar el polvo, y de nuevo busca su reflejo pero no lo encuentra, pues la corriente es tan intensa que no existe un hombre capaz de verse en ella. Pasa horas junto al río, escuchando su mensaje, comprendiendo su canción, y cuando llega la noche se siente sola, porque Noche ya no está, se ha transformado en Agua, que con una ramita de madera escribe sobre la tierra:

Venzo al miedo, y me apuñala por la espalda.

Grito al cielo, sin pesar ni devoción,

que devuelva los pedazos que me faltan,

o se lleve ya los restos que dejó.

Y responde, en idiomas olvidados:

Eres vida, no te aferres al dolor

vive muerto, vive solo… ¡Pero vive!

Como el agua, en lucha eterna sin temor.

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