Algo que contaros

Algo que contaros

Tengo algo que contaros. Algo increíble, inverosímil, espectacular… Y para que sepáis que no miento, os lo narraré con todo lujo de detalles, aunque me lleve días:

Hay un niño viviendo en mi cabeza. No, no es una metáfora. Se llama Jorge, tiene nueve años, mide un par de centímetros, y por lo demás es un niño de lo más normal. Durante el invierno apenas le veo, hasta me olvido de él… pero ahora que se acerca el buen tiempo, ha comenzado a mudarse más cerca del oído para que le entre algo de aire, y esta mañana le he visto saludándome desde la oreja cuando he ido a peinarme.

—¡Hombre! ¡Ya era hora! —dije, mientras agitaba su minúscula mano, en señal de saludo— ¿Ya hacía mucho calor dentro?

—Sobre todo por las mañanas —respondió con su imperceptible voz, que solo puedo escuchar porque habla junto a mi tímpano—. Cuando te pones a trabajar, aquí dentro sube mucho la temperatura. Por las tardes se está a gustito, pero me aburría un poco, me apetecía cambiar ya.

Y sin despedirse, volvió para adentro, como si ya hubiera dicho todo lo que tenía que decir. Creo que me avisa solo para que yo sepa que ahora vive en esa zona, e intente no golpearme por ahí, o algo así. No tengo muy claro qué pensará de mí, he sido muchas cosas en mi vida, pero hasta la llegada de Jorge, nunca había sido una casa.

Me pregunto si podrá ver a través de mis ojos, si de alguna forma será capaz de encender mi nervio óptico, como si fuera una televisión, y ver lo que yo veo, pero pensarlo a su manera. Sospecho que sí, porque desde que llegó siento la necesidad de desayunar viendo dibujos animados. De alguna forma, influye en mis gustos y decisiones. Tal vez por eso sea un hombre caprichoso; puede que también sea el motivo por el que antes solo escribía, y ahora a veces me pongo a jugar con las palabras. Azúcar con las palabras. Azúcar sin más palabras. Azúcar. Jorgito para, por favor, estoy trabajando.

Disculpadme, he ido a por algo de comer. Os contaba, si mal no recuerdo, que lo tengo todo bajo control. Al fin y al cabo, el adulto soy yo, y por mucho que ese niño viva en mi cabeza, no va a decidir por mí. Así que ahora que ya os he contado todo, puedo irme a seguir viendo los dibujos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *